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Rufo Criado. Geometría Sentimental

Por: Alicia Murría 

Hierbajos. Paisajes a ras de suelo

Que Rufo Criado titule esta exposición como “Hierbajos. Paisajes a ras de suelo” (en el Museo Barjola de Gijón) resulta del todo elocuente. Siempre ha cuidado los títulos, a veces proporcionándoles vuelo como buen lector de poesía y otras, como ahora, buscando ser descriptivo y preciso. También lo es en la escritura con sus textos, y en su elocuencia sin pretensiones, cuando habla de manera sencilla, inteligente y directa de su forma de hacer, de los procesos del pensamiento, de la conceptualización de la obra. En esta ocasión ha introducido la literalidad; habla de lo mínimo, de aquello que, por su apariencia, no tiene importancia, aquello donde la mirada resbala sin detenerse, que se supone prescindible y sin la más mínima trascendencia. Así traduce, una vez más, el microuniverso de Milagros.

Ese pequeño pueblo cerca de Aranda de Duero es el lugar al que se siente anclado, donde tiene su estudio y también una casa con mirador abierto al campo. Paseos, observación, cuadernos de dibujo donde apresar no solo motivos sino experiencias de quien vive el latido leve de los campos, de los ciclos de la naturaleza, de los árboles, los cultivos, los reflejos incesantes de la corriente del río. Y es que es imposible acercarse a su obra sin entender cómo se siente vinculado a la tierra y a ese paisaje que le rodea, que pasea, camina y mira escudriñando sus mínimos detalles, esos hierbajos que aparecen como sin sentido, simplemente por un impulso de vida… Ahí fija la mirada con su cámara, que utiliza también como cuaderno de notas, deteniéndose, como decíamos, en lo que no tiene importancia. Las estaciones y sus cambios, las trasformaciones en los colores, las variaciones de la luz, las densidades de la vegetación que las acompañan.

Esquemas destilados a partir de la observación del paisaje, de la tierra, de esos hierbajos, donde el ojo resbala y que protagonizan esas fotografías suyas que hablan, reflejan, captan, lo que no tiene importancia, lo que no compite con la gran vegetación, los arboles poderosos, los peñascos imponentes, o la geometría de los campos cultivados que se asemejan a tapices verdes y amarillos.

Rufo Criado se define como artista autodidacta. No es extraño ya que pertenece a una generación, la que accedía a su formación en los primeros años 70, que se revelaba contra unos estudios artístico (escuelas y facultades de bellas artes) donde abundaba el tradicionalismo y la caspa. Existían referentes pero había que esforzarse, y no poco, en buscarlos: algunas revistas extranjeras, catálogos de exposiciones relevantes y salir del país para viajar por Europa y EE.UU. Eran las alternativas, si se podía, para estar mínimamente al día.

Así, Rufo Criado fue construyendo un lenguaje, impregnado, como no, de las corrientes de los 80, donde el neoexpresionismo y la transvanguardia se hicieron dominantes. Rescató hace no mucho una revisión de su obra de aquellos años; producción poblada de impulsos gestuales, de una figuración dura que miraba también hacia la historia de la pintura, especialmente al barroco español, con sus vanitas y su compleja -y retórica- interpretación del mundo. Practicó una figuración con motivos de apariencia enloquecida, casi ruda.

Pronto se desembarazó de todo aquello, sin arrepentimientos, ojo, para buscar un lenguaje propio y desprendido de “lo que dominaba”. Un despojamiento que le ha ido caracterizando en una evolución de casi cuatro décadas. Rufo Criado ha ido a la búsqueda de una forma de leer el mundo y trasladarlo a sus cuadros donde impera la esencialidad, que se traduce a través de la geometría, de formas esquemáticas protagonizadas y estructuradas a través del color.

Así, del gesto expresionista de sus inicios a una progresiva decantación, pero con diversas exploraciones del espacio, de los soportes, de las técnicas, de los medios tecnológicos, hasta hacer del ordenador y los recursos digitales herramientas fundamentales en sus investigaciones sobre el color y la forma.

En el desarrollo de su lenguaje ha ido absorbiendo diferentes tendencias de la abstracción, desde las puramente normativas donde imperaba la voluntad de objetividad a aquellas otras donde asomaba lo subjetivo. La dimensión constructiva y espacial se funde en una síntesis entre la forma y el color, pensando la representación desde la geometría que le llevará, en los años 90, hacia una estructura constructiva donde sumará elementos objetuales.

Sorprende al analizar su trayecto creativo cómo ha ido integrando aspectos de riesgo. Por ejemplo, la exploración del volumen en su hacer pictórico, fundamentalmente a partir de su experiencia en el colectivo A Ua Crag. El color se adhirió al volumen, sin convertirlo en escultura, introdujo objetos y exploraciones tridimensionales sin dejar de ser, esencialmente, pintor. Un deseo de ir más allá de la superficie y trazar investigaciones espaciales en la tridimensionalidad sin dejar de hacer, esencialmente, pintura.

A comienzos de los años 2000 vendría la introducción, por ejemplo, de las cajas de luz, recurso que procedía de la publicidad. Quería que la luz real, como en las vidrieras, formara parte intrínseca de sus piezas. La caja de luz, del mismo modo que los recursos formales de carácter industrial, amplificaban su lenguaje. Se trataba, entre otros aspectos, de introducir recursos extra-pictóricos y nuevas posibilidades en el ámbito del color/luz. Poco más tarde o, casi, en paralelo comenzó su investigación con las herramientas digitales                                 

Seducido por otras culturas y por expresiones plásticas del pasado ha buceado en los lenguajes de lo ornamental, las derivas y los juegos geométricos: cenefas de los mosaicos romanos o bizantinos, estructuras de las bóvedas de las mezquitas de Estambul, o de Marruecos, el cercano mudéjar. Como constante la ausencia de referencias a la presencia humana, pero sí a sus creaciones más estilizadas y ausentes de narración. “Relatos silenciosos” se diría, e ideas decantados al extremo.

Y junto a la atracción por el pasado asoma la presencia de la ciudad, los ecos de neones y su repertorio de luces seductoras, de los lenguajes publicitarios, de la señalética urbana en su esencialidad. La esquematización de su lenguaje tanto alude a una semiótica de las sociedades industrializadas como al ámbito de la naturaleza, por más que esta sea ya una alteración, un reflejo del hacer humano.

Aquellas fotografías que al principio cumplieron el papel de cuaderno de ideas y anotaciones, progresivamente se han integrado en su pintura También sus ejercicios con papeles de colores recortados que combina físicamente o mediante el ordenador. Como en un juego de ilusionista, lo real se suma a las geometrías de colores intensos. El dibond se convierte en la superficie donde las herramientas digitales conjugan imágenes compuestas: círculos sobre cuadrados. Estas piezas inician el recorrido de la exposición en la capilla del Museo Barjola.

Un poco más allá nos recibe un vídeo, medio que ha transitados en los últimos años, donde aparece ese deambular por los campos. La cámara capta el paso lento, la mirada atenta se funde con una composición musical conmovedora de chelo y electrónica para trasladarnos al lugar físico y sus sensaciones, pura sensualidad. El blanco y negro de los matojos, o que apenas aporta colores leves como de hierbas secas, convive con las estructuras verticales y horizontales donde aparecen verdes pistacho o azules como de flores o mares y una densa gama de grises, a veces metalizados. Su destacada presencia ahora quizá señala cierta dosis de melancolía, señala el pintor.

Las imágenes filmadas también nos muestras amontonamientos de piedras; algunas, quizá, líneas que han delimitado cultivos, otras veces marcas de senderos. Por momentos aparece el color pajizo del monte seco o arbustos de cierta altura que parecen resistirse al secano que no los deja convertirse en árboles de cierto fuste. Paisaje castellano donde conviven pedregales y una vegetación que aspira a más cuando llega la lluvia y se reverdece. Barbechos, a veces algunas flores amarillas, mínimas y humildes, que iluminan la imagen.

Más adelante dos piezas que titula “Quita miedos”. Allí la imagen del campo, de la vereda y la carretera incluye esas barras metálicas que se supone indican y protegen al conductor, y que el artista introduce para estructurar la imagen, una horizontal dominante.

Aparecen en el piso superior sus cuadros puramente geométricos, verticales y horizontales de nuevo organizando la superficie, sea esta un dibond o una tela. Se repiten los colores: azul intenso, negro, blanco, gamas de grises, a veces metalizados donde aparece el rastro del pincel, el gesto de la mano y, como contrapunto, un tono magenta que pareciera querer irritar la retina. Me desconcertaba el origen de ese giro cromático hasta que, al salir del estudio, vi unas flores -jacintos creo- de aquel color y que parecían una pequeña anomalía en la tierra reseca de marzo.

Un aspecto relevante en esta exposición es el diálogo que Rufo Criado establece con el espacio. Nunca reta al lugar que le acoge, al contrario, su experiencia en este terreno le lleva a un diálogo donde se impone el respeto a la arquitectura, mucho más si como en este caso es una capilla desacralizada que cuenta con poderosos elementos de un barroco sobrio, como esas imponentes hornacinas. No cabe ahí más que ser respetuoso sin achicarse. Coloca junto a ellas unos tondos discretos, en vinilos, con fotografías de matojos que contornea de colores intensos.

Más allá una gran lona (400 x 285 cm.) que flota en el muro como una cortina. Contorneada de naranja, morados y fuxia encierra esas verticales y horizontales a base de grises, verdes y amarillos que reverberan. Pero quizá lo que más llama la atención es ese enérgico despliegue que realiza en el suelo de la capilla. ¿Por qué no, si toda superficie es apta para formar parte del diálogo que el pintor establece con el lugar? Ahora encontramos una secuencia fotográfica, “Paisajes a ras de suelo”, que se alternan con pinturas geométricas. Como si R.C. adoptara el papel de un malabarista que lanza al aire objetos/ideas para que se posen en el suelo con un orden interior que sólo las piezas conocen. Ese es el truco del artista que a veces se convierte en prestidigitador para atraparnos.

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