Por: Emanuela Saladini |
El IVAM ha vuelto a recordar a la artista Carmen Calvo, después de las anteriores exposiciones de 1990 y 2007. Este 14 de Julio de 2022, además, el Museo ha otorgado el premio Julio González a la artista, un premio que ha sido entregado con anterioridad a Annette Messager y Mona Hatoum. Hay muchas razones para considerar este evento como un cruce de relaciones encontradas y, aunque estas relaciones sean filamentos rojos un poco endebles, como redes de arañas, me gustaría desdibujarlas. Calvo ha trabajado toda su vida con objetos encontrados y, en una entrevista que tuvimos en 2003, me contaba que los vecinos del barrio, donde todavía trabaja, le traían objetos que pensaban que podrían serle útiles para sus composiciones. Los objetos, las fotografías y también las correspondencias, como las cartas que encontró casualmente en una casa perteneciente al sastre Rafael Molina, son la base para desarrollar muchas de sus composiciones.
Sin embargo, la artista afirmaba entonces que muy a menudo los objetos que le regalaban no le servían. Sus obras necesitaban sus hallazgos, cómo si los propios objetos estuvieran llamándole para que los sustrajera del olvido. Un encuentro fortuito, por sus cualidades formales o por revelarle inesperadamente una historia escondida, se traslada al mundo del arte. Hay algo también de brujería, de sortilegio, cómo si los objetos cosidos delicadamente o modificados violentamente, fueran mágicos, y en cierto sentido, lo son, cuando consiguen fascinarnos, molestarnos un poco o golpear nuestra imaginación.
Calvo no es, a mi parecer, una artista “intelectual”, no busca discursos y relaciones hipertextuales para explicar su obra. La inspiración “le pilla trabajando”, tiene una relación estrecha con el oficio del arte, con el dibujo, con los materiales. La forma es la que dona a sus imágenes la fuerza para sorprendernos, ese punctum, cómo diría Roland Barthes, que a veces es un grito de alarma, un encuentro en los abismos de la mirada. Las imágenes de Carmen Calvo son inquietantes y evocadoras, tanto más cuanto menos “surreales” son, cuando se acercan a este mundo violento y agresivo que todos conocemos y que todos queremos olvidar. La agresión contra la infancia, la dictadura, la violencia contra las mujeres, son todos elementos presentes en la narrativa de Carmen Calvo, a veces filtrados por unas visiones oníricas surrealistas, a lo Man Ray y, a veces preciosistas, casi decorativas.
Este trabajo artesano resulta más tranquilizador, más “femíneo” y pertenece a la primera etapa de su creación: los churros de cerámica recogidos en fuentes también de cerámica o cosidos a la tela en composiciones lineales o los objetos también cosidos con finos cordeles a una almohada de seda. He utilizado el termino femíneo sin ningún sentido polémico y mucho menos con el sentido de preciosismo fútil. Me refiero a la tradición del coser, del bordar que, hasta hace poco, era una dimensión femenina. Por esta razón, creo, se ha subrayado cierta vertiente de reivindicación feminista que ha permitido recuperar a Carmen Calvo para insertarla en las líneas de investigación más actuales. Por esta razón existe un fil rouge que une a Calvo a una artista como Annette Messager, en la utilización de objetos cotidianos y en la mirada feminista. Una mirada a la cotidianidad de los fragmentos que es sustantivamente diferente a la de su compañero Christian Boltanski, que ha fallecido el mismo 14 de julio del año pasado.
Un 14 de julio en el que, curiosamente, también se inaugura la exposición de Carmen Calvo. Un 14 de julio en el que en toda Francia se festeja la Revolución francesa cómo ideal de libertad e igualdad, un ideal que tenía que ser tan liberador para la joven Calvo cuando estudió en Paris. Aunque no se puede olvidar que la revolución francesa, como cualquier revolución, ha significado también barbarie y violencia, eliminación de todas las voces enemigas o simplemente contrastantes.
Esta violencia que históricamente se repite y que a menudo golpea a los más débiles está presente en obras como Me veo fuera de mí, de 2021, o en la caja de espejos que centuplica los dedos que parecen querer perforar quién intente entrar. Existe otro hilo rojo que une Calvo al artista que dona el nombre al premio: Julio González. En la colección de obras del artista conservadas por el IVAM se encuentran algunos objetos que pertenecen a una serie titulada Objetos encontrados. A diferencia de los objetos de Calvo estos son de origen natural: pequeñas conchas, ramitas, piedras.
Estos objetos que González recogía en la playa se transforman en figuras fantásticas, evocadoras y dulcísimas, como un recuerdo de los juegos de nuestra infancia. Aunque los objetos de Carmen Calvo no son de origen natural, los dos artistas comparten una misma investigación sobre los fragmentos, una misma búsqueda que incluye, a mi parecer, la búsqueda de una infancia perdida.
La retrospectiva del IVAM, comisariada por Nuria Enguita y Joan Ramón Escrivá, ha sido inaugurada el mismo día de la entrega del premio, y escenifica, de un modo sobrio y contenido, las visiones oníricas y cotidianas del universo del artista. Los objetos, las fotografías, las miradas pertenecen a nuestro mundo, a un pasado reciente a veces silenciado, pero también parecen surgir de una dimensión lejana, inquietante, como si hubieran nacido de un sueño o de una pesadilla matutina. Algo que nos despierta un placer silencioso en el reconocimiento de las imágenes y, también, la sensación de haber perdido algo. Estos mismos objetos, estas mismas miradas son las que en algún momento hemos olvidado o menospreciado.
Parece también que la violencia de ciertas imágenes de Calvo pueda nacer del mismo mundo de los surrealistas, un cierto erotismo y crueldad sutiles. Sin embargo, todos estos elementos más inquietantes, que se encuentran también en los títulos tan sugerentes de las obras de la artista, parecen ser obviados en los discursos críticos para englobar su creación en los marcos de cierta lucha contra la violencia de género o en cierta reivindicación del papel de las mujeres artistas. Considero, sin embargo, que el lenguaje de Carmen Calvo trasciende esta dimensión, aunque las formas sean seguramente “femeninas”, en el uso del barro, en la elección de los objetos o en el coleccionismo de fragmentos cuidadosamente sujetados con cordeles.
El universo de Calvo viene de una infancia compartida, de un pasado reciente, pero a punto de desaparecer, un tiempo no tan lejano que intentamos silenciar o recordar, según nos cause dolor o placer. Es este pasado común que diferencia, a mi parecer, el lenguaje de la artista de los surrealistas y es este cuidado casi artesanal en la presentación de los fragmentos que la distancia, por ejemplo, de un artista como Christian Boltanski, que también ha usado a menudo las fotografías encontradas para rememorar un pasado silenciado o simplemente olvidado. Las fotografías y los fragmentos de Calvo están elegidas para volver en nuestro mundo y no tanto para cuestionar su capacidad identitaria o su relevancia testimonial.
En cierto sentido podemos mirar las imágenes de la artista como si pertenecieran a nuestra propia biografía y Calvo nos transforma en replicantes que sufren un poco mirando estos fragmentos, casi nunca apacibles, como si perteneciesen a un pasado que no recordamos y que alguien nos ha contado. También tenemos a veces la sensación más dulce de estar buscando nuestra madeleine perdida, esta emoción capaz de devolvernos algo de nuestro tiempo pasado. La búsqueda del tiempo perdido de Carmen Calvo es el pasado reciente de la España de la posguerra, es un tiempo difícil de mirar.
a violencia hacia la infancia, hacia las mujeres, el erotismo silenciado son partes de este mundo, pero no lo engloban todo. Hay ternura y nostalgia también y hay también juego, cómo en las postales ligeramente intervenida de El tiempo que apasiona, de 2018, o en los libros que se transforman en esculturas gracias a la intervención con pequeños objetos o dibujos de Relatos en la palma de una mano, una serie de 2019-2022. Ternura y juego, violencia y erotismo, el mundo artístico de Carmen Calvo es complejo porque refleja como el ser humano es capaz de las peores atrocidades y per de imaginar viajes increíbles hacia la esperanza y la utopía. Por todo esto agradecemos a los artistas la capacidad de regalarnos un fragmento desconocido u olvidado, un fragmento que, como en El Aleph de Borges, podría contener todos los tiempos y todos los lugares, todo el universo en un punto solo.