Tras cada mapa hay una imagen del mundo, por tanto, una mirada, subjetividades, intereses y deseos, más que un conocimiento objetivo de nuestro entorno. En efecto, tal y como ha repetido tantas veces Christian Jacob: «El mapa ha entrado en la época de la sospecha, ha perdido su inocencia». Sin embargo, eso no implica su rechazo, sino el reconocimiento del mismo como relato, e incluso como vía para alcanzar tierras de buena esperanza.
Un fabuloso ejemplo es el conocido como ‘Atlas catalán’ (1375) del cartógrafo mallorquín Cresques Abraham, de origen judío y residente en la aljama de Palma. Dibujó estos mapas para asesorar al monarca Pedro el Ceremonioso en su intención de ampliar horizontes comerciales hacia Oriente, representando el mundo conocido hasta entonces. Sus mapas aún son deudores de la tradición monástica, orientada a mostrar pasajes de los libros sagrados, pero también son fruto de la experiencia náutica, de naturaleza empírica y que cuenta en este caso con la novedad de reflejar la primera Rosa de los Vientos en la historia de la cartografía.
Partir de este atlas fue la idea originaria de Imma Prieto cuando planteó una lectura de la Colección de Es Baluard que tuviera «como línea de investigación la representación y proyección del mundo en su contemporaneidad». El reto lo aceptó Agustín Pérez Rubio, quien ha comisariado esta nueva ordenación de la colección, junto con préstamos de colecciones privadas de la isla.
Todo ordenar supone una búsqueda de sentido, el trazado de un límite y una decisión sobre pertenencias y afueras del sistema establecido. Así fue en el siglo XIX, cuando surgieron los primeros museos, guiados por la arqueología, pero también por la filología, porque se trataba de poner nombre a los “archivos” que explicaban tiempos y culturas. De hecho, muchos de los primeros objetos que ocuparon sus salas procedían de la expansión colonial. Ante esta realidad, ahora se proyectan revisiones de los modos museales, con el fin de elaborar otra mirada.
La propuesta del comisario es ‘Sin rumbo. Confrontar la imago mundi’, en cuyo título ya se muestra el eje de un itinerario en torno a nociones como “desorientación” y “dislocación”, con el objetivo de deconstruir el pensamiento eurocéntrico. Para llevarlo a cabo, atiende a «formas que los artistas han trazado en esta resistencia al orden colonial en el que el Museo y nuestras maneras de pensar, aprender, comunicar y producir se asientan. En muchos casos, con carácter resiliente, para entender que perder el rumbo, no llegar a una dirección concreta, es parte de una estrategia, de un nuevo aprendizaje».
Con este panorama, el recorrido inicia pensando categorías de la Modernidad para “Trascender el giro copernicano” y “Desmantelar el giro lingüístico”, desvelando así “La historia invisible”. A partir de ahí se cuestiona “El legado colonial en la contemporaneidad” y se expone “El futuro del pasado: cuando la consecuencia se hace causa”, ya totalmente inmersos en una percepción desplazada desde premisas postcoloniales.
El itinerario –como se puede imaginar– hace de la fragmentación y la ruptura de la linealidad –típica de un pensamiento racional y causal– sus guías, mientras el horizonte azul que une todos los espacios se va volviendo una trama más complicada, sin puertos seguros ni paradigmas inamovibles. En este contexto las obras se relacionan por afinidades, constituyen constelaciones y, en suma, cuestionan el paradigma hegemónico del que procedemos.
El resultado es loable, por la calidad estética de las piezas, por su vigencia social y por su
capacidad para generar otras miradas. Sobre el montaje, se ha de reconocer el impacto inicial del atlas y el atractivo de los recursos gráficos, donde el horizonte azul sirve de eje para la disposición de las piezas, favoreciendo la sensación de evolución de sala a sala y un sugerente marco para las obras. No obstante, también se ha de señalar que en algún punto el montaje resulta ligeramente sobrecargado.
En definitiva, el “atlas” se muestra como una buena guía, sobre todo, si recordamos que el origen de este nombre lo debemos a Mercator, quien en su portada dibujó la imagen del titán homónimo, culpable de dirigir una revuelta contra los dioses del Olimpo. En este caso, el castigo por sublevarse ante el poder no conlleva la pena de portar sobre los hombros el peso de la bóveda celeste, tampoco hay monstruos que pueblen los márgenes desconocidos del mapa, sino que el Otro es incorporado en igualdad de condiciones, sin centro ni periferia, para darle expresión a un mundo en movimiento. De esta manera, ‘Sin rumbo. Confrontar la imago mundi’ no promete sosiego, pero sí la necesaria interpretación y pluralidad que toda representación necesita para no caer en la colonización de la historia.
Este nuevo planteamiento de la colección está acompañado por otras tres exposiciones. La primera de ellas es ‘El nudo vertical’, la retrospectiva de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924 – Milán, 2006), comisariada por Imma Prieto. Es un verdadero descubrimiento para la mayoría de los visitantes, por su peculiar modo de enlazar literatura y plástica, además de contar con varios materiales inéditos y con sus instalaciones más relevantes.
Al espectador lo reciben dos versos: «No escribo nada / Que no esté escrito en el cielo», muy elocuentes para comprender su personal cosmovisión. De hecho, la primera obra de la exposición es un poema visual que parte de «1 estrella» para tender al infinito. Esto podría invitar a interpretar su obra –confirmado por las grabaciones en las que declama sus poemas:
«No tengo patria y vivo de espaldas a los astros»– como un lugar del “deseo”, porque ‘de- sidus’ significa literalmente “descender de las estrellas”; aún más, mostraría “desear” como un desviar la mirada de las estrellas hacia el suelo, para movernos en el mundo de lo práctico. Este giro produce en nosotros una profunda nostalgia y el sentimiento de necesidad por algo perdido, “considerando” (‘cum-sideratio’: orientarse a través de las estrellas) su obra como la posibilidad de imaginar la vuelta de nuestra mirada a las estrellas; no solo metafóricamente, pues los documentos presentes en la exposición revelan su correspondencia con la NASA para llevar uno de sus poemas a la Luna.
No es de extrañar entonces que las claves que articulan el comisariado sean precisamente conceptos como “infinito”, “exilio” y “escritura”. Esta tendencia al infinito ya se aprecia en sus primeros paisajes, extendiéndose de diversas formas hasta llegar al elemento más característico de su producción: un lenguaje personal a partir de “quipus”, un sistema narrativo y contable andino de cuerdas anudadas, del que explotó su fuerza visual y su experiencia táctil para codificar y decodificar significados: «El nudo se usaba como fórmula de representación universal, y sobre ellos recaen, a modo de metáfora, las complejidades que caracterizaban al conjunto de nuestras sociedades».
A partir de aquí descubrimos este recurso dentro de un lenguaje pictórico abstracto, como parte de un alfabeto y con una tendencia creciente hacia las tres dimensiones, que finalmente se manifiesta en instalaciones donde perfila un horizonte lineal o cromático tendente de nuevo al infinito. Todo ello configura un original escenario donde memoria, escritura y espacio, poesía y plástica, cultura precolombina y experiencias mediterráneas se van entrelazando para entrever la difícil y sugestiva relación con panoramas sin fin.
Y las dos últimas exposiciones inauguradas son ‘Susy Gómez. Gesto contra el olvido’ y ‘Cuerpo en fuga. Membrana y transición’. En la primera muestra, comisariada por Imma Prieto, Susy Gómez (Pollença, 1964) crea un impresionante paisaje pictórico que satura el espacio para incorporarse a la arquitectura, con el objetivo de convertirla en un lugar de reflexión.
Sus grandes telas están habitadas por unos elementos orgánicos que se extienden por la pared de la sala. Los presentó por primera vez en mayo de 2022 en ‘Quantum’, en la galería Horrach Moyà. Ahora se despliegan describiendo espirales que parecen remitir a un eterno retorno, pero donde la figura gana en profundidad cada vez que el recorrido se superpone sobre el mismo punto. Supone, pues, una nueva y atractiva forma dentro de la investigación que Susy Gómez lleva desarrollando desde hace tiempo en busca de una historia colectiva, especialmente en torno al universo femenino, donde lo espiritual y lo personal quedan vinculados, logrando en esta ocasión una atmósfera de honda intimidad con el espectador.
En efecto, el día de la inauguración eran frecuentes los comentarios que relacionaban la obra con paisajes como ‘Los nenúfares’ de Monet o la capilla de Houston o la sala de la Tate Modern de Rothko. Estas asociaciones son potenciadas por la disposición del gran mural en C frente a un banco en la pared, que invita a la contemplación pausada, incluso a la meditación, ante cada quantum, dibujado como trama pasada, una huella que –en sentido lévinasiano– es ese “pasado que no ha sido presente”, ese enigma de la alteridad gracias al que comparece la escena de la memoria. Bajo el signo de una latencia, se restablece ahora el pasaje a un pasado al que solamente se tiene acceso por medio de estos rastros.
En el fondo –como planteaba Derrida–, «hay que pensar la vida como huella antes de determinar el ser como presencia». Al hacerlo, Susy Gómez desvela su yo más profundo, con generosidad y sin concesiones, e incluso la ambición de ir allende el espacio pictórico, pues trasciende la superficie del cuadro, que ahora se muestra como un medio para pensar nuestra naturaleza y nuestro entorno.
La exposición que cierra el ciclo es ‘Cuerpo en fuga. Membrana y transición’ de Nauzet Mayor (Las Palmas de Gran Canaria, 1980), cuyo trabajo escultórico se ha caracterizado hasta ahora por una investigación en torno al concepto de identidad. En primer lugar, el espectador halla una “membrana tensionada” de plástico, que favorece la percepción de una atmósfera turbadora. Este elemento, de inicio, permite la posibilidad de entrever la instalación, al mismo tiempo que reduce el espacio para que, una vez dentro, nos relacionemos con la obra con extrema cercanía. Aquí se nota la mano del comisario, Martí Manen, quien suele elaborar con cuidado estas puestas en escena.
El mismo comisario describe la muestra con las siguientes palabras: «Nauzet Mayor nos propone una desmembración de cuerpos y una serie de relaciones posibles. Identidad y fiscalidad abren campo al tiempo y a la performatividad. La exposición es un lugar vivo donde las obras establecen un diálogo en tiempo presente».
Se despliega así la inquietante “anatomía” de una escena que cada espectador interpretará como “de un crimen” o como un camino místico señalado por las piedras que acompañan los fragmentos corporales. En cualquier caso, lo significativo es que todo se plantee como anatomía.
Recordemos cómo desde la ‘Anatomía’ de Andrea Vesalio, cambia la forma de aproximarnos al cuerpo, no ya de forma holista, sino precisamente por partes. Este método gozó de extraordinaria fortuna, contagiándose a otros saberes, como demuestra la ‘Anatomía de la melancolía’ de Robert Burton, hasta llegar a Nauzet Mayor, quien incita a detenernos en cada fragmento como una historia independiente, aunque permanezca al conjunto de un cuerpo.
Este “desmontaje” es el que activa esa reconsideración de la identidad que busca el artista, compartida ahora con proximidad y originalidad con el espectador.
La oferta del museo se completa con la segunda edición del programa de formación ‘Zona de contacto. Laboratorio de Arte y Pensamiento’, dedicado este año a “Reparar las crisis”, a través de los siguientes módulos: Reinventar las instituciones, cuerpos en el centro; Ecologismos, imaginar los imposibles; Feminismos, las otras inapropiables; Deconstruir las fronteras, descolonizar los saberes; y Trabajos, multitudes precarias. Entre los ponentes y docentes cuentan con figuras como Tania Bruguera, Jordi Colomer, Boaventura de Sousa Santos, Silvia Federici, Daniel G. Andújar, Sandro Mezzadra, Frances Morris, Martha Rosler y Rita Segato.
Todas estas actividades, expositivas y formativas, constituyen un ciclo que se puede interpretar como un nuevo mapamundi repleto de puntos de vista, unas perspectivas que nos invitan a replantear los sistemas de representación del mundo, para pensar nuevos lenguajes capaces de abordar las experiencias incesantemente cambiantes de nuestro tiempo. Por ello, es una buena oportunidad para reflexionar sobre los valores existentes tras cada ‘imago mundi’ y pensar cuáles componen la nuestra.