Por: Julienne López Hernández
Del dicho al hecho…controversias teóricas
Mucho se está escribiendo desde la teoría del arte sobre los giros morfológicos y conceptuales que este sector está experimentando a raíz de la pandemia que nos azota actualmente a nivel mundial. Muchos de los discursos giran en torno a cómo el capitalismo ha recibido un duro golpe, y por ende el sistema arte. Ello ha generado que las instituciones artísticas estén repensando un modelo de negocio más funcional y adaptado a los tiempos que corren. Galerías de arte, casas de subasta, museos, y demás instituciones culturales viven actualmente un proceso de trasformación y adaptación de sus canales de difusión, a favor de la visibilización y consumo del arte, en una sociedad que, hoy más que nunca, echa mano de la tecnología para consumir eventos, conciertos, teatros y demás ofertas culturales.
Son muchos los teóricos que están repensando la cultura como concepto englobante, esa semiosfera(1) de que la que nos habla Yuri Lotman, heterogénea hoy más que nunca. Especialmente la compilación Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, es un ejemplar que recoge textos de diferentes pensadores contemporáneos que analizan la pandemia de la que hoy todos hablan, pero que pocos comprenden. Hablamos de un ejercicio de edición en el que intervienen voces críticas como Slavoj Zizek, Jean Luc Nancy, Byung-Chul Han, Santiago López Petit, Judith Butler, Alain Badiou y David Harvey, y que nos permite tener una mirada integral de los debates en torno al COVID-19, la coyuntura en la que nos encontramos, la cual que influye y determina como vivimos la cultura hoy.
Entre los trabajos compilados por Pablo Amadeo, profesor argentino en Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, el del filósofo surcoreano Byung-Chul Han llama mi atención, particularmente su texto “La emergencia viral y el mundo de mañana”, el cual nos permite contextualizar y describir el panorama de la sociedad y la cultura contemporáneas, caracterizadas por el “exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación”(2). Sobre todo nos advierte sobre un fenómeno que ya veníamos experimentando hace tiempo, pero que a raíz de las nuevas dinámicas de comunicación se ha visto intensificado. Nos referimos a los excesivos niveles de digitalización que eliminan la realidad, para crear “nuevas realidades” o “realidades otras”.
“La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.”(3)
De esta forma el filósofo pone sobre la mesa un hecho que nos afecta a todos, y que especialmente dentro del campo de la cultura se ve reflejado en una intensificación del consumo a través de las redes, lo virtual como espacio de comunicación que alcanza protagonismo. La propagación del virus y su permanencia en el tiempo son factores que si continúan como una constante terminarán influyendo en todas la esferas de nuestra vida, donde la cual la cultura y el arte tiene un papel primordial. Muchas son las iniciativas que ya han surgido a propósito del confinamiento, donde los receptores han tenido que acudir a sus pantallas también para consumir arte: exposiciones virtuales, directos de instagrams de museos mundialmente conocidos, funciones de teatro online, conciertos en la red son algunos ejemplos que ilustran los cambios que acontecen dentro de la institución arte y del universo del receptor. Si bien es sabido que la circulación de la cultura ya fluía desde hace mucho tiempo por los canales digitales, su intensificación y masificación es algo que no tiene precedentes y que está alterando en consecuencia la manera en que accedemos a la cultura. Por otra parte, del lado del receptor también se están experimentando cambios. Este último ya no tiene que, -o no puede-, salir a la calle a encontrarse con el arte, a recorrer la galería, a penetrar los environments o bordear las instalaciones; sino que desde su propia casa navega por los interiores de museos y galerías que nunca antes había podido visitar. Hace zoom en las obras, escoge el propio recorrido que desea hacer, escucha guías virtuales, y de esa manera va navegando por salas de exposición que han sido captadas por una cámara que escanea los espacios en 3D.
Este fenómeno en pleno auge nos lo describe David Harvey en su texto “Política anticapitalista en tiempos de COVID-19”(4) cuando nos expresa como “las reglas de distanciamiento social sugeridas podrían llevar, si la emergencia continúa el tiempo suficiente, a cambios culturales. La única forma de consumismo que casi con toda seguridad se beneficiará será lo que yo llamo la economía de “Netfix”, que da servicio, de todos modos, a los “espectadores de atracón”. (…)”. De manera contundente Harvey pone en evidencia lo que ya venían experimentando las sociedades capitalistas, sumidas en un consumo desbordado y excesivo del audiovisual hollywoodense, hoy convertido en una de las vías más socorridas de saciar esa necesidad de consumo suprimida de manera forzosa. Si bien es necesario destacar la valía de no pocos materiales audiovisuales que circulan por Netflix, ante un consumo excesivo, indiscriminado y poco filtrado, surge el temor de potenciar las ansias de espectadores que a él acudan como única fuente de consumo dentro de la gran cantidad de ofertas de la industria cultural. De ahí el sobresfuerzo al que se ven abocadas las instituciones culturales de reajustar sus dinámicas de circulación, de forma tal que llegue el contenido a los receptores de la manera más directa y atractiva posible.
Otro de los autores de los cuales quedan recogidas sus reflexiones en el citado libro es el filósofo, psicoanalista y teórico cultural esloveno Slavoj Zizek. Sus reflexiones van encaminadas a analizar los patrones autodestructivos de una sociedad que necesita de la llegada de una pandemia mundial para activar la solidaridad global. Analiza la intervención del estado, la caída de gobiernos neoliberales y cómo se reconfigura el sistema social a partir del coronavirus. Nos hace interrogarnos sobre el sistema social que reproducimos diariamente, sobre lo que estamos en condiciones de transformar y de cuáles son las herramientas que tenemos para hacerlo. Asimismo, insiste en depositar en la realidad virtual ese posible único espacio seguro, aunque apunta como:
“(…) incluso aquí, a nivel de realidad virtual e internet, debemos recordar que, en las últimas décadas, los términos “virus” y “viral” se utilizaron principalmente para designar virus digitales que estaban infectando nuestro espacio web y de los cuales no nos dimos cuenta, al menos hasta que se desató su poder destructivo (…) Lo que vemos ahora es un retorno masivo al significado literal original del término: las infecciones virales funcionan de la mano en ambas dimensiones, real y virtual”(5).
Ello pone de manifiesto como la creación constante de realidades contaminadas –reales y virtuales- es un hecho al que cual nos tenemos que enfrentar. La lucha constante, el estado de alerta permanente son aspectos que están definiendo a las sociedades contemporáneas y que diagraman un panorama, si se quiere, desolador. El espacio de la cultura dentro de este entramado juega un papel fundamental, en la misma medida en que funciona como agente vinculante y disociatorio, retorna a su papel “educativo”, se hiperactiva su función paliativa, y sobre todo se enfrenta al reto de circular principalmente por esa realidad virtual altamente contaminada. Se trata en estos momentos de producir contenido cultural sobre la emergencia, elaborar materiales que nos permitan dialogar y pensar, pues del otro lado está la psicosis, el miedo, el no tener contacto con el otro, y se plantea el estado de aislamiento como un problema. Ante semejante panorama el arte y sus canales de circulación están teniendo que reiventarse. Quizá sea demasiado pronto para analizar a profundidad aquellos giros que están aconteciendo y seguirán teniendo lugar en el escenario de la cultura –la distancia facilita el ojo crítico y el argumento más sólido-; no obstante, el ser humano siempre ha querido entender su tiempo desde el presente en que habita, y eso es ineludible. El arte está dando señales de los cambios que están teniendo lugar, ya sea a nivel de la propia praxis artística por parte de los creadores, como por parte de las instituciones que los avalan. Hacia allí nos dirigiremos más adelante en este texto, en aras de descubrir cuáles son esos cambios tempranos que los teóricos, críticos, galeristas, artistas, etc. ya están en proceso de experimentación en medio de este contexto de hiperproducción de contenidos.
Por otra parte, la compilación “La Fiebre”, del propio autor, es un libro en el que las voces críticas allí reunidas piensan en torno a la filosofía, pero también en torno a la comunicación, la psicología, la ecología, la economía, el trabajo, la seguridad, el arte y sus consumos. En esta compilación se reponen ciertos debates que en el primer libro no fueron abordados desde otras perspectivas, al ponderar ejes temáticos y voces desde diferentes latitudes. En este punto nos interesan particularmente aquellos debates que proponen autores como el argentino Rafael Spregelburd, quien aborda problemas filosóficos pero también trabaja sobre la ficción, el entretenimiento y la democratización de la producción cultural. Su texto “El año del cochino”(5) se encuentra más escorado hacia un análisis de las dinámicas de circulación del pensamiento filosófico y de la cultura en tiempos en los que “(…) en las pausas que dejan la lavandina y la filosofía, el homus pandemicus consume ficciones. La oferta es inasible. Mientras haya internet, hay infinitas opciones de entretenimiento. Algunas son banales, como siempre. Otras son extraordinarias”.
El referido autor llama la atención sobre la oferta de ficciones que está satisfaciendo por el momento a los usuarios, donde una vez más Netflix lidera la racha de oportunidades, aunque reconoce que también los gobiernos abren canales de consumo de materiales audiovisuales, literarios y pedagógicos. En esta fiebre de hiperproducción e hipercirculación, se repiensan las dinámicas culturales, alteradas por el hecho de que las personas no puedan acudir a su consumo presencial, sino que queden limitadas al mundo de lo virtual. Si bien su discurso se encuentra más centrado en los cambios radicales que ha supuesto para la producción y consumo del teatro y el cine, sus reflexiones permiten ser extensivas a las prácticas culturales en general. Sobresale en su discurso cierto temor por la masificación y banalización de la cultura, y refleja esa incertidumbre de “no poder saber cómo será esta banalización (o democratización pantotal) de los saberes dentro de tres meses, un año, un lustro”(6).
Aparece entonces la problemática del espectador del futuro, surgido como resultado de un contexto de confinamiento y de su posterior liberación. Dicha figura tendrá en consecuencia otros hábitos narrativos y otros parámetros temporales. Nos referimos a un agente activo, que además de funcionar como receptor pasivo, posiblemente se haya convertido a sí mismo en actor en el letargo del encierro, plagado de youtubers e influencers que ofrecen clases de cocina, clases de yoga, lecturas de poemas, dibujos en cuarentena, microteatros y conciertos entre amigos. Spregelburd nos alerta sobre un espectador ya era así antes del coronavirus, pero que a raíz de la pandemia estará inserto en una realidad donde predomina una sobredosis de experiencias con el tiempo de los relatos. A este panorama se enfrenta la producción artística hoy, la cual tendrá la misión de hacer visible por los canales de circulación online, cohabitando con Netflix y demás plataformas, contenido que mantenga los niveles artísticos, aunque su adaptación al nuevo contexto y receptor será inevitable. Como bien apunta Rafael: “Estos productos culturales tendrán variopinta composición genética: arte, ocio, entretenimiento, pornografía, serán estilos de un mismo evento espectacular y no prácticas diferenciadas por sus materiales básicos de construcción. Dentro de esa variedad, el arte será el que junte menos espectadores”(7)
Un asomo de lo que llegó… ¿para quedarse?
Como hemos podido a comprobar, a nivel teórico el pensamiento intelectual está siendo fértil por estos días en relación a los giros que a nivel social, político, económico y cultural están teniendo lugar en las sociedades contemporáneas. La llegada de una pandemia mundial ha trastocado el planeta tal cual lo entendíamos hasta ahora, y el arte no escapa de dichas trasformaciones. Nos referimos a nuevas dinámicas de circulación y consumo, a una mayor presencia en la redes, a la relación con un receptor de perfil heterogéneo: el público especializado se mantiene, mientras se suma con mayor fuerza el público acostumbrado al zapping, a los directos, las fake news y a un consumo hiperactivo de información.
¿Cómo se verifican estos cambios en el entramado artístico? ¿Cuáles son aquellas propuestas que ponen de relieve una manera “otra” de consumir el arte? Un acercamiento primario, debido a la prontitud del fenómeno, ya nos revela iniciativas que están teniendo lugar en la esfera de internet. El espacio del museo, un lugar físico consagrado a albergar, exhibir, restaurar obras de arte, al que habitualmente acudimos, compramos entradas con antelación y recorremos desandando sus salas; hoy se encuentra vacío. En su sustitución han surgido varias iniciativas. En primer lugar, dichas instituciones se han visto abocadas a reforzar sus canales en la red, a ofrecer recorridos virtuales por sus salas, a entrevistar en directo a curadores y restauradores, a desarrollar aún más su esfera pedagógica, y sobre todo a visibilizar quizá otras zonas a las que antes el público no tenía acceso, como son sus espacios dedicados a la restauración de las piezas de sus colecciones. El Museo del Prado, el Reina Sofía, El Louvre, el MOMA, The National Gallery, el Museo Hermitage, la Galeria Uffizi, el Museo Guggenheim, por citar algunos de los más conocidos, han acudido a esta estrategia para continuar ofreciendo sus propuestas culturales de forma tal que a ellas accedan los espectadores de forma gratuita. Muchos han reestructurado sus webs y canales de promoción, trasladando hasta estos espacios virtuales la mayor cantidad de contenido posible, además de que ofrecen la oportunidad de descargar parte de esta información.
Pero también herramientas como Google Arts & Culture ayudan a las instituciones culturales a compartir sus colecciones, incluso las que ya no están expuestas. Es una plataforma de visibilización que aúna exhibiciones de museos de todo el mundo. Actualmente se ha convertido en un espacio idóneo para el consumo de exposiciones recientes y pasadas, ya que ofrece un amplio mapa cultural, en el que el receptor puede navegar indistintamente por exhibiciones en disímiles museos y galerías del mundo. Sus secciones de “Video en 360”, “Street View” y “Arte Camera” complementan una plataforma que integra contenido de primera, exquisita para los receptores que a ella acuden lo mismo de forma puntual, que de manera reiterada. En dicha web, críticos de arte, investigadores, curadores, artistas, museógrafos, etc. pueden encontrar referencias de primera mano extraordinariamente útiles.
Por otra parte, dentro de las iniciativas que han venido a dinamitar el espacio del museo tradicional como reservorio de grandes piezas de arte, se encuentra el surgimiento de Covid Art Museum (CAM), un perfil de Instagram. Como su nombre lo indica, nos referimos a un museo de arte virtual, que alberga piezas cuya temáticas principales giran en torno a la pandemia, la cuarentena, el encierro, el miedo, la angustia, la incertidumbre, la tristeza y la pérdida como emociones claves dentro de la nueva experiencia de la pandemia. Este proyecto es el resultado de un grupo de jóvenes que quisieron configurar un variado testimonio del arte surgido en cuarentena y dar visibilidad a un sector que se ha visto duramente mermado tras la crisis sanitaria. Irene Llorca (Alicante, 1993), José Guerrero (Alicante, 1991) y Emma Calvo (Barcelona, 1994) son los protagonistas de esta iniciativa, cuyo perfil en Instagram en primer lugar pone en evidencia esos canales alternativos a los que el arte ha tenido que acudir con más fuerza para hacerse visible. Por ello han creado un formulario de Google, disponible en su perfil, para que los artistas locales e internacionales, remitan sus propuestas junto a una explicación sobre aquello que las ha motivado o el contexto en el que han sido desarrolladas las piezas. Es un proyecto altamente inclusivo, pues en cuanto a técnicas aceptan todo tipo de formatos: ilustraciones, 3D, fotografías, clips audiovisuales, pintura, escultura…etc.
En segundo lugar, Covid Art Museum revela igualmente los giros iconográficos e iconológicos que están teniendo lugar en las propuestas artísticas. De manera general se puede apreciar a nivel estético un discurso de enclave semiótico, escorado al trabajo de los símbolos con los que se identifica la pandemia: el nasobuco, la mascarilla, los guantes, el hidrogel, el papel higiénico; muchos plasmados de forma directa en las obras, otras veces reinventados por los artistas, gracias a esa creatividad infinita que permite metamorfosear el símbolo. Recursos como la metáfora, la metonimia, la sátira o el pastiche son empleados por los creadores, haciendo del arte en tiempos de Covid-19 una expresión altamente conceptual. En sus obras van implícitas profundas reflexiones que le atañen al individuo a nivel mundial y también regional, ya que no solo retratan las intimidades de una realidad social, sino que ayudan a expresar emociones y a compartir experiencias que se tocan entre sí a pesar de las distancias. Si nos paseamos por el feed de la cuenta comprobamos como destacan figuras tan reconocidas como el siempre provocador Banksy o el ilustrador Pierpaolo Rovero. Ambos comparten espacio con otros nombres, como el del fotógrafo italiano Alessio Albi, uno de los pioneros en conducir sesiones con modelos a través de viodellamada, o el español Nacho Tellado, un arquitecto que ha creado videos cortos en 3D de médicos combatiendo originalmente al virus. Otros han apostado por reinterpretar obras de arte y hacer su propia versión adaptada a la situación de confinamiento. Es el caso de Gonzalo de las Cuevas, quien adapta las imágenes más icónicas del movimiento pop art de Roy Lichtenstein, o la apuesta de Gonzalo Sabina, quien dibuja cómo unos operarios desinfectan la escultura del David de Miguel Ángel. Asimismo, confluyen muchos creadores jóvenes –lo cual permite descubrir e insertar a nuevos artistas- de todo el mundo, quienes aportan propuestas donde se distingue una sensibilidad estética y un discurso conceptual sólido. Algunos usan drones para poder hacer retratos aun en cuarentena. Se ven abrazos envueltos en plástico. Besos que saben a mascarilla. Bodegones con lejía. Ventanas con horizontes cristalinos. Mapas de metro que se ajustan a la movilidad en cuarentena. En resumen, la idea de distopía hecha realidad. Asimismo, en dichas obras podemos comprobar como la tradicional firma del artista, que históricamente ha acompañado a las obras de arte y que otorga un valor a las piezas, ha desaparecido en el espacio virtual de Instagram. En las imágenes que envían los creadores para ser exhibidas en dicha plataforma, la firma aparece sustituida por la etiqueta de @nombredelperfildelartista. De esta manera comprobamos el giro que en este sentido está teniendo lugar, y que igualmente puede corroborarse en la ausencia del título como aportador de sentido.
Otra zona es la de los macroeventos artísticos, ferias y bienales de arte que igualmente se han visto afectados por la pandemia del coronavirus. La mayoría han tenido que aplazar sus fechas de celebración, mientras que otros han burlado al virus trabajando en una nueva estrategia digital. Es el caso de Art Basel Hong Kong, una de las ferias más importante de arte contemporáneo del mundo, la cual ante la situación imperante, decidió lanzar su propia plataforma digital para ofrecer un lugar seguro a galeristas y coleccionistas, aumentar el número de visitantes y el de potenciales compradores. “Online Viewing Rooms” se llamó la feria virtual que abrió el pasado mes de marzo sus puertas a profesionales, coleccionistas y posteriormente pudo acceder el público general a través de Art Basel. En total participaron 230 galeristas, prácticamente la totalidad de las que habían sido invitados inicialmente para la feria de Hong Kong, y se pusieron a la venta 2000 obras con un valor estimado de 250 millones de euros. Las salas de visualización pasaron a ser online, y dentro de los beneficios del nuevo formato expositivo se encuentra la amplitud de visibilización de las galerías, las cuales pudieron interactuar con un público global. Se trata de una fórmula que permite conectar con audiencias globales y complementar las interacciones personales esenciales que siguen subyaciendo en el mercado del arte. Es evidente que el mundo digital no reemplaza la experiencia del arte en vivo, sin embargo, es una alternativa viable en tiempos de coronavirus. En un momento de gran incertidumbre, las galerías y artistas necesitan y agradecen iniciativas como estas, que facilitan la visibilización de sus propuestas y que frenan en cierta medida la paralización del mercado del arte.
Propuestas como la de Art Basel han abierto una brecha que parece imparable. Por ejemplo, Art Dubai lanzó varias opciones de contenido digital tras posponer su edición prevista para finales de marzo de 2020. Se mudó a un nuevo ámbito de presentación de iniciativas digitales en lugar de su habitual programación física: compartió su catálogo y ofreció en abierto un foro sobre arte en vivo y un programa de performances. En su Global Art Forum trasmitieron una reunión virtual con artistas, curadores y otros agentes, quienes compartieron sus experiencias recientes en relación con el distanciamiento social, el consumo de medios y modos de afrontamiento en un momento de gran incertidumbre. Lo más destacado del foro fue el debut de tres videos del artista Nabla Yahya. En News from Nowhere mostró una serie de clips de noticias de los últimos días, que van desde las respuestas de los políticos, hasta historias individuales de dificultades y pérdidas. El Club Do Nothing se centró en las formas en que las demostraciones de solidaridad y colectividad pueden ser útiles en este período de aislamiento físico a través de escenas de música en balcones, mensajes alentadores de profesionales de la salud, etc. En Manos limpias transmitió advertencias plasmadas en un texto sobre cómo podríamos responder productiva y cuidadosamente a la crisis en curso. Una declaración en el video dice: “Las sanciones temporales sobre su libertad hedonista no se corresponden con el sufrimiento deshumanizante infligido en gran parte de nuestro mundo”. Y concluyó con una nota alentadora, implorando a los espectadores que “ahora es el momento de ser lo más generosos posible; mantener la empatía por encima de todo lo demás “. Terminó con un mensaje: “No todo está perdido”.
Dentro de los eslabones que componen el entramado artístico, entre los más afectados se encuentran las galerías de arte y los artistas que representan. Nos resta conocer qué están haciendo hoy y cuáles son esas estrategias que están implementando de cara a la pandemia. Aventurar juicios en medio de la crisis puede ser arriesgado, pero es probable que estemos ante un cambio de paradigma. Muchas galerías no contaban hasta hoy con un modelo de negocio que pudiera sobrevivir únicamente de forma online, pues han centrado sus esfuerzos sobre todo en el espacio físico, en las exhibiciones presenciales, en la venta directa… Si bien algunas estaban preparadas para esta situación, digitalmente hablando, otras solo contaban con sus propias páginas web y redes sociales, pero más allá de esto no poseían un programa sólido que les permitiera sobrevivir como negocio online. La pandemia ha puesto de relieve estas carencias y ha propiciado que las galerías estén teniendo que reinventarse en medio de la crisis misma. Una de esas consecuencias, ante la imposibilidad del viaje y la asistencia a ferias de arte internacionales, puede derivar a una reconexión con el coleccionista local y que este, a su vez, apoye el comercio local. Tal vez es hora de revisar un sistema del arte “demasiado globalizado”.
Es un hecho que ante semejante panorama los coleccionistas han comenzado a comprar en base a imágenes en PDF de artistas que conocen de galerías en las que confían. Tanto las galerías como las casas de subastas han hecho algunas ventas significativas basadas en imágenes publicadas en Instagram. Y cuando visitar una obra de arte se vuelve imposible, un sustituto digital es mejor que no ver el arte en absoluto. Muchas galerías señalan el valor añadido que pueden proporcionar las salas de visualización online, las cuales favorecen la capacidad de llegar a los coleccionistas que no pueden viajar fácilmente a las galerías o a las ferias de arte; y la posibilidad de dejar una huella de carbono mucho menor al eliminar los envíos y los vuelos a las ferias. Por citar un ejemplo, la Galería Sabrina Amrrani, en Madrid, acoge actualmente dos exposiciones de arte que pueden ser visitadas virtualmente: “Visión de túnel”, del artista cubano Dagoberto Rodríguez, y “Cuanto más tiempo puedas mirar hacia atrás, más lejos podrás mirar hacia adelante”, del creador canadiense Babak Golkar. Ambas muestras pueden ser apreciadas en un recorrido en 3D, con su correspondiente texto crítico, lo cual se está convirtiendo en el principal medio de exhibición virtual y que permite navegar en el interior de las galerías, haciendo el consumo lo más interactivo posible.
La teoría y la praxis nos demuestran que actualmente el arte y la cultura recorren caminos llenos de incertidumbre, pero a la vez, de profunda transformación y creatividad. Quizá es demasiado pronto para lanzar hipótesis o sentencias en un panorama tan cambiante como en el que nos encontramos. Por ello este acercamiento solo ha pretendido mapear someramente el entramado artístico de nuestro tiempo, enclavado en el aquí y ahora; describir a grandes rasgos los giros que a nivel de pensamiento y prácticas artísticas están teniendo lugar y que nos permiten sobre todo situarnos en un contexto marcado por la pandemia. Hoy más que nunca nos centramos en el presente, el futuro ha sucumbido ante la urgente paralización mundial. Le resta al arte sobrevivir bajo las nuevas premisas y así pasar a la historia siendo, como siempre lo ha hecho, el registro visual de su tiempo.
1 J.M. Lotman. La semiósfera. La semiótica de la cultura. Madrid: Cátedra, 1996.
2 Byung-Chul Han. “La emergencia viral y el mundo de mañana”, en Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, editorial ASPO, p.97-112, 2020.
3 Harvey, David. “Política anticapitalista en tiempos de COVID-19”, en Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, editorial ASPO, p.79-96, 2020.
4 Zizek, Slavoj. “El coronavirus es un golpe al capitalismo a lo Kill Bill…”, en Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, editorial ASPO, p.21-28, 2020.
5 Spregelburd, Rafael. “El año del cochino”, en La Fiebre, editorial ASPO, p. 89-118, 2020.6 Ibídem
7 Ibídem