Museo de la Universidad de Navarra
Por: Juan Jesús Torres
La moderna concepción de la filosofía como un sistema siempre novedoso, ha obligado al pensamiento contemporáneo a priorizar la originalidad, a buscar siempre el desplazamiento. Para los antiguos estoicos, sin embargo, la filosofía era una práctica, un modo de vida construido a diario, la repetición de un dogma afianzado a lo largo de un profundo análisis personal, de duro entrenamiento cotidiano de acuerdo a los anteriores logros de los representantes de una escuela a la que, desde la libertad de juicio, se adherían con todas las consecuencias. La supervivencia de la praxis a lo largo de los siglos hizo del estoicismo una filosofía menor, en palabras de Gilles Deleuze, una línea dialéctica anacrónica, inexplicable de acuerdo a la dictadura del progreso lineal del tiempo. Quizás por la hegemonía del devenir temporal lineal, se ha valorado, en numerosas ocasiones, la obra de Luis Gordillo (Sevilla, 1934) especialmente por sus logros formales. Ahora, “Memorándum”, la imponente exposición que presenta el Museo de la Universidad de Navarra, acierta en acercarse, acaso por primera vez, en las inmanentes relaciones, en las profundas pulsiones, que han conformado el cosmos creativo de, sin duda alguna, el artista más sólido de este país.
“Memorándum” es una exposición activa; aquí el visitante se ve exigido, arrastrado hasta las profundidades de la psique del artista y del engaño que es siempre la formalización de los deseos ocultos. Ya desde el comienzo, los complejos hilos conductivos se muestran en el mismo lenguaje de extrañamiento de los sueños. En el pasillo previo a las grandes salas, dos obras confrontadas abren la perturbadora puerta del atlas personal del artista. El tríptico “Gentleman’s” (2017) marca una pauta, la del estoicismo (en relación con la sensualidad y la ambigüedad), la pragmática aceptación de la vida y de su final. Enfrente, “Cerebraciones” (2020), una obra realizada en el periodo de confinamiento, muestra una máscara en movimiento, un negativo de la cara del artista que evoca el momento mori, una inevitable imagen mortuoria. La cabeza, por supuesto, tiene connotaciones psicoanalíticas evidentes, sin embargo en el imaginario de Gordillo, ésta no sólo funciona como representación del envoltorio de la mente, sino como una poesía que recitamos de memoria y que constantemente olvidamos. El viaje de Gordillo no es hacia el interior, sino que parte del conocimiento (de la aceptación) del mismo, de la asunción de una estructura encontrada, para siempre, mucho antes, en aquellos lejanos garabatos parisinos de “Abstracciones” (1959-60), sustracciones del inconsciente que, como un canon personal, se han convertido en el combustible formal de su trabajo durante más de sesenta años.
La convivencia de series conocidas en la trayectoria del artista, obras de gran formato realizadas en el último lustro, sus clásicas experimentaciones fotográficas e incluso los desarrollos durante el confinamiento conviven en un espectacular arrojo expositivo. La muestra está dividida en seis apartados que no se corresponden con un desplazamiento lineal, sino que obligará al espectador interesado en moverse entre ellos buscando los síntomas latentes que le ayuden a componer el complejo mapa psíquico de Luis Gordillo. En esas invisibles líneas que se conectan en el muestrario de obras es donde el comisario, Sema D’Acosta, demuestra un detenido y hondo conocimiento de la obra y la vida de Gordillo. Esa es precisamente la verdadera labor curatorial, cercana a la del poeta, dar voz a aquello que no tiene aún vocabulario.
En la primera sección, “Caras, carotas”, más allá del primer reconocimiento del estilo del pintor, se esconde una de los vértices del dogma de Gordillo, su obsesión por la recopilación de recortes de prensa; imágenes que por motivos de elaboración automática, comienzan a formar el panel warburgiano de su imaginario. Encontramos en uno de esos recortes la sonrisa que, unida a un antiguo boceto también expuesto, resultará la Serie Luna (1977), una de las más representativas de la trayectoria del artista. Otra vez el síntoma, la identificación del disparador. Y, por supuesto, la máscara, el reverso de la imagen, la parte oculta, deformada. En palabras del propio Gordillo, el motivo de la cara es fácil. Es humano buscar semejantes. Sería obvio detenerse en esas cabezas como lugar de la locura, como el envoltorio de los sueños, como el reflejo del interior. En Gordillo las cosas no se acaban tan rápido. En sus investigaciones sobre la máscara hay algo más oscuro, como en aquellos eléctricos e histéricos experimentos en La Salpetrière fotografiados por Charcot.
El propio Gordillo, desde su exquisito lenguaje, cuando habla, filtra algunos de esos indicios. Considera su estudio, que es su hogar, como un espacio uterino desde donde, como en un estado previo, todas las combinaciones, todas las vidas, son posibles. La pandemia no ha cambiado en exceso la vida del artista, muy ordenada y focalizada desde hace mucho tiempo. En cierto modo, el Confinamiento ha servido para liberarse de otros compromisos. No es de extrañar que haya sido un periodo muy activo. Algunas de esas conclusiones se presentan en “Periodo de confinamiento, últimos trabajos”, desenlaces de profundas connotaciones sintomáticas. Es llamativo como en estas últimas obras aparezcan, después de décadas, algunos animales de juguete, bichos en palabras del artista. Algo dirán. Quizás no dejen de ser nuevas muestras de la libertad relacional entre la obra y la psique de Gordillo, una fuerza centrífuga que hacen de un artista octogenario un extraordinario ejemplo de renovación, de continua excitación por las posibilidades de la imagen. Así ocurre en “Energias vivas”, una suerte de salida juguetona (en el sentido freudiano de juego) ante los problemas normales de los procesos artísticos. Es el Gordillo inclasificable, el que se recrea en la fisicidad de las imágenes fotográficas, en sus rasgaduras, en su diálogo interno, en las formas, con los mismos ojos curiosos de siempre. En “Fragmento-remix”, la sala dedicada a sus encuentros fotográficos, e incluso con el cómic, es de obligatoria visita a cualquier joven fotógrafo que esté buscando un desplazamiento en sus imágenes.
Cualquier conocedor de la obra de Gordillo sabe que la fotografía ha sido capital en el desarrollo de su léxico creativo. En “Pintura expandida, más allá del cuadro”, muestra de imponentes conclusiones que liberan al cuadro de la dictadura de la pared, la profundidad de campo, puro lenguaje fotográfico, se convierte en central para adentrarse en las posibilidades de la instalación pictórica. Gordillo, siempre a la escucha, entendió el concepto de profundidad tras revestir las obras de restauración del Puente Romano de Córdoba en 2005. Desde entonces, las lonas, la dificultad óptica de la distancia son una herramienta creativa más de su desbordado repertorio. Un catálogo inmenso, riquísimo e imponente. Tanto como la monumental Sala 0, “Desarrollos horizontales”, donde late el origen de la pulsión del excepcional atlas de Gordillo. Allí, aquel derrame creativo que sobrepasa casi siempre la quietud del papel o del lienzo para seguir expandiéndose en subconjuntos, algo propio de la investigación en física. Lo cierto es que ante la inmensidad de la sala, los grandes formatos, el intenso colorido, el reconocimiento de los ya aprehendidos síntomas, uno acaba impresionado, mucho más en estos extraños tiempos. Es admirable como, en plena pandemia, el Museo de la Universidad de Navarra y el comisario Sema D’Acosta han desarrollado una exposición de estas dimensiones y esta profundidad, haber editado un cuidado libro que ya es referente en la bibliografía sobre el artista, y haber, en suma, conseguido la exposición más importante del año en España.
Hasta: 12 septiembre 2021.