Artefiera es la feria de arte contemporáneo decana en Italia y es conocida por el generoso programa de exposiciones y performances de Art City Bologna. Entre las últimas, llamó la atención la realizada por la coreógrafa griega Katerina Andreou, y dentro de las múltiples citas repartidas por la ciudad, destacaron nombres como Lucy y Jorge Orta, en el Oratorio de San Felipe Neri, y en especial Yuri Ancarini, por su ‘Atlantide’ en el MAMBO, el poliédrico relato sobre Venecia, que empieza narrando la cotidianidad de la laguna, para pasar, a través de una cuidada puesta en escena, a la amenaza que se cierne sobre la ciudad veneta.
Además, entre las propuestas inauguradas en esta edición, la que más ha sorprendido es el ‘Settimo Giorno’ (El séptimo día) del vallisoletano Gonzalo Borondo, comisariado por Gina Aguiar. Se trata de una intervención en la antigua iglesia de San Matías basada en el ‘Génesis’, considerado uno de los mitos más poderosos de la Historia, pero sobre todo como una oportunidad para escenificar todo el imaginario del artista español.
Borondo, conocido como pintor y con un pasado de acciones en espacios públicos (‘Psyche’, Zaragoza, 2016; ‘Aria’, Catanzaro, 2017; ‘Insurrecta’, Segovia, 2020; ‘Passage’, Boulogne-Sur-Mer, 2020, entre muchas otras), con el ‘Settimo Giorno’ vuelve a mostrar una honda reflexión sobre un patrimonio ancestral, sirviéndose en esta ocasión por primera vez del vídeo como medio. Para ello, ha acudido a muy variadas técnicas, como el uso de numerosas cianotipias montadas en stop motion. El resultado final son sesenta visuales que ha ensamblado de modo que constituyan 7 vídeos únicos, repartidos por las seis capillas y el altar. Además, los ha editado en un elegante blanco y negro, que aporta unidad y da un tono solemne al conjunto.
Puntos de fuga infinitos, templos primigenios, oscuras galerías, incursiones en la naturaleza, inquietantes procesiones sin fin, el esfuerzo del trabajo manual, continuos reflejos y ecos, metamorfosis, símbolos y códigos no convencionales, omnipresentes manos… se suceden por las capillas, como fascinantes abismos repletos de estímulos visuales. Estos son acompañados por los poemas susurrados de Ángela Segovia (Premio Nacional de Poesía en España), convertidos ahora en una seductora letanía, y los sonidos de la compositora Irene Galindo Quero (ganadora del Berlin-Rheinsberger Kompositionspreis).
Y en el centro, se exhiben once cuerpos, que componen un círculo que lo corona todo, más allá de cualquier gemido de sufrimiento, ignorantes de las zarzas de la desesperación. Importante señalar que estos cuerpos no componen una entidad fija, sino el decurso horario de cuerpo a cuerpo dibujado sobre la malla, gracias al uso de otra proyección sobre la pintura, lo que transmite la sensación de un movimiento perpetuo.
Respecto a otras intervenciones pasadas, el referente más parecido es ‘Merci’ (Burdeos, 2019), un proyecto digno de ser comparado con la monumentalidad de Anselm Kiefer, por su magistral sentido instalativo de la pintura. En aquella ocasión el sobrecogimiento conseguido fue similar al de Bolonia, sin embargo, se observan evoluciones evidentes: la comentada introducción del vídeo como medio, pero también se hace palpable cómo en Bolonia no se ha dejado seducir totalmente por ese ‘horror vacui’ que tanto gusta frecuentar, logrando ahora una composición más ponderada.
En efecto, a diferencia de lo que ocurre con muchas propuestas en grandes eventos, como la Bienal de Venecia, donde arquitecturas excepcionales son usadas únicamente como cubo blanco, este es realmente un proyecto site specific, que se adapta a la antigua iglesia de San Matías, como es evidente, por ejemplo, en los vídeos proyectados en las capillas y su uso de columnas y hornacinas. Aún más, no oculta –aunque técnicamente habría sido más fácil– todos aquellos espacios donde la iglesia cuenta aún con frescos, iluminados ahora sutilmente para establecer un diálogo perfecto con el resto de la escena, aportando descanso y silencio entre las capillas, al mismo tiempo que demuestra un elogiable respeto por el lugar intervenido.
No obstante, no predomina el sentimiento gozoso que debería acontecer en todo nacimiento, sino que más bien se impone cierta exuberancia dramática, que estremece al espectador, por su misterio y abundancia. Al respecto, el propio artista confiesa: «Para pensar el Génesis es necesario, de alguna forma, pensar también en su contrario. Así, la energía de la creación y la energía de la destrucción se fusionan en el ‘Settimo Giorno’, lo que generaría un espacio intermedio que será el que los visitantes podrán ver y recorrer».
Se atisba entonces también el Apocalipsis, pero como “crisis” más allá de los tiempos, es decir, remite al significado etimológico de ‘Krisis’: “juicio”. En la medicina antigua designaba el momento en el que el médico debía decidir si el enfermo iba a sobrevivir o a morir; en teología, “crisis” era el Juicio Final. Borondo nos devuelve su significado original de “juicio decisivo”, con la intención de que los espectadores observen su propia realidad desde el mismo.
En definitiva, tal y como explicaba Emilio Lledó en sus lecciones sobre los presocráticos: «Pensar en el origen es, en cierto sentido, pensar también cada presente», tanto si es un páramo sin oración posible como si es un horizonte de floridos valles. Ante la imago mundi elaborada por Borondo, la desesperanza queda mitigada ante la curiosidad despertada por el mundo interior del artista, incluso si no sabemos si alberga amparo o si es el lugar donde arde la misericordia. Aun así, intuimos que será fértil semilla de nuevas creaciones, allende las fauces de la ruina.
Para ahondar en esta sugestiva obra, se ofrecen otras paradas. La primera es el particular libro de artista realizado para la ocasión, donde se pueden apreciar todos los bocetos preparatorios y los poemas de Ángela Segovia. La segunda se halla en la galería MAGMA, que ha comisionado todo el proyecto, donde se pueden contemplar 11 de sus piezas nuevas, realizadas con motivo de los vídeos del ‘Settimo Giorno’. Se trata de cajas donde se superponen varios estratos de redes sobre los que ha pintado en blanco y negro, adquiriendo una complejidad y profundidad considerables, hasta verse tentado incluso por una noche imperecedera.
En último término, Borondo torna nuevo lo conocido, como si se hubiera visto antes. De ahí que no falte el asombro que debe seguir a todo verdadero génesis, el pasmo ante lo insólito. Por ello, será mejor callar, porque no hay palabra en el asombro, únicamente silencio, fecundo mutismo.
Créditos fotográficos: Roberto Conte