María Lara ( Loja, Granada, 1940 ) ha desarrollado desde inicios de los años setenta un cuerpo de trabajo centrado en las impresiones sensoriales y emocionales de todo tipo, que en su obra se traducen en sencillos y poderosos elementos – muy a menudo bandas y líneas – que, por un lado, sintetizan esos efectos perceptivos, y, por otro, las convierten en pura plasticidad.
De esa forma, las pinturas y los dibujos de María Lara presentan un alto valor y sutilidad cromática; en sus obras, el color vibra intensamente en la sucesión de líneas verticales u horizontales que las conforman. Aparentemente silenciosas, sus piezas reclaman una interioridad y una intimidad muy alejadas de lo espectacular o lo anecdótico, y se concentran en una intensidad abstracta y depurada que, lejos de restarle emoción, transmite impresiones tan vívidas como perspicaces y sensaciones cotidianas relacionadas con asuntos inefables como la luz, el aire, la reverberación espacial, la cotidianeidad o la espiritualidad, entre otros. Eliminando todo tipo de ilusionismo, queda una realidad pictórica potente y aparentemente plana que afecta a nivel perceptivo emitiendo vibraciones visuales y también táctiles que alteran la planitud hasta alcanzar una apertura perceptiva que hace que la materialidad de la pintura y el dibujo sea tal, pero también sustancia transfigurada.
(Fragmento de “Luz prolongada. La trayectoria artística de María Lara”, Manuel Olveira)
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