Por: Pedro Medina
Desde que la Bienal de Venecia de 2006 estudiara un hecho epocal (más de la mitad de la población mundial pasaba a vivir en áreas urbanas), mucho se ha escrito sobre las grandes metrópolis, en línea con clásicos precedentes, desde la sociología alemana a caballo del XIX y el XX a Rem Koolhaas. De hecho, el mismo comisario de aquella Bienal, Richard Burdett, revisó en 2016 en ‘Report from cities: conflicts of an urban age’ el malestar y los urgentes desafíos ante el crecimiento desmesurado de muchas megalópolis en el último cuarto de siglo.
En todos estos enfoques la cuestión crucial es la gestión del entorno vital y la cohesión social, y para conseguirla, es esencial conocer los sistemas generados dentro de estas urbes. En este sentido, destaca ‘China goes Urban’, la exposición que exhibe los resultados de la investigación realizada por el Politécnico de Turín –en colaboración con Prospekt Photographers y la Universidad Tsinghua de Pekín– acerca del gigante asiático, sin duda, uno de los protagonistas de este tránsito al habitar urbano y donde se aprecia un caso de honda metamorfosis social.
Así, a la espera del postergado análisis de Hashim Sarkis en la Bienal de Venecia sobre “cómo vivir juntos”, la amplia y elaborada puesta en escena llevada a cabo por Michele Bonino, Francesca Governa y Samuele Pellecchia, con la dirección científica de Francesco Carota, es una de las mejores propuestas para comprender estos fenómenos de vertiginoso crecimiento.
En efecto, el informe del Banco Mundial de 2014 ya señalaba la excepcionalidad “sin precedentes” de China, puesto que cada año más de 16 millones de personas migran hacia áreas urbanas, lo que ha propiciado que su población haya pasado del 18% en 1978 al 60% hoy. De hecho, el aumento total de habitantes en ciudades entre 1980 y 2010 ha sido de 500 millones y se calcula que para 2025 serán otros 300 millones más. Son números elocuentes de una transformación social a un ritmo colosal, que tiene como punto de inflexión las reformas económicas de Deng Xiaoping, que propiciaron que la tasa de urbanización se acelerase velozmente, abandonando progresivamente la imagen de un país rural.
Todo ello ha conllevado la necesaria construcción de gigantescas infraestructuras y el establecimiento de un estado permanentemente en obras. Cada vez son más las megalópolis y, por tanto, también sus contradicciones y problemas, como consecuencia de un crecimiento tan rápido. Precisamente por ello, esta exposición advierte la imposibilidad de analizar esta metamorfosis con categorías tradicionales o modelos preestablecidos, poniendo en evidencia el vínculo existente con la actual urbanización global.
Así, la exposición refleja la exploración de cuatro “new towns” (Tongzhou, Zhengdong, Zhaoquing y Lanzhou), que sirven de ejemplo para entender la gran urbanización china y para plantear nuevos interrogantes sobre el devenir urbano del planeta. Con este fin, se articula en torno a tres temas centrales: el fragmento, como característica específica de la ciudad contemporánea y de su arquitectura; la infraestructura, como elemento clave del funcionamiento de la ciudad; y la superación de la dicotomía campo/ciudad, en favor de nuevas formas de urbanización más allá de entidades estables.
Son aspectos que se alejan de las lecturas convencionales. En este último caso, evita una óptica de conflicto entre dos mundos y la percepción del entorno urbano como un monstruo que devora el mundo de ayer. Además, hace lo posible para no caer en una interpretación nostálgica, tan común en el pensamiento occidental. Sin embargo, se ha de señalar que es la propia legislación china la que separa explícitamente a sus ciudadanos en “urbanos” y “rurales”, dentro de un proceso de modernización que es entendido necesariamente como urbanización. No obstante, un enfoque cercano a los modos de vida de muchos países desarrollados disuelve esta diferenciación neta, desplazando la mirada a múltiples formas intermedias entre un mundo y otro, que establecen la discusión –como lo define Tim Oakes– en un «todavía no urbano, pero ya no rural».
En cualquier caso, las ciudades como “máquinas para el crecimiento” se extienden por todo el territorio, acompañadas por numerosas infraestructuras, para configurar un nuevo tipo de civilización basado ya no en la estabilidad, sino en esa velocidad que ya demonizó Paul Virilio en Occidente. Así, en China se observa ahora un proceso que deja un mundo de fragmentos que –como enseñó Oswald Mathias– nos lega ciudades que no pueden entenderse como entidades unitarias, sino que son un conjunto de múltiples lugares, lo que se opone frontalmente al urbanismo tradicional, que busca la unidad, la continuidad y el sistema.
Por último, cabe mencionar el diseño expositivo. En primer lugar, por las diversas soluciones aportadas para el tiempo del Covid-19, desde la señalética a los ritmos de visita o el apoyo en información aumentada digitalmente. Por otro lado, se articula en torno a dos secuencias: una “exhibition hall”, que recrea el modo en el que las administraciones públicas y las empresas promueven las nuevas ciudades, y que parte de la visión de China como país en obras hasta preguntar al espectador por su lugar dentro del proceso de urbanización global. La segunda tiene su inicio en espacios vacíos para llegar finalmente a las personas, que son retratadas en situaciones cotidianas dentro de las nuevas urbes.
Ambos recorridos se van entrecruzando para aportar un resultado final que puede sorprender al espectador: lo que parecía un fenómeno exótico y lejano se muestra como una realidad más cercana a Occidente de lo que inicialmente podría pensarse. De esta manera, la sensación de “vivir juntos” cobra fuerza, disolviendo ese “otro” dentro de una cotidianidad donde los pequeños gestos resultan familiares. En efecto, las formas de la vida son las que siempre han revelado el pulso de la metrópolis, en este contexto también, sobre todo en un momento en el que ya no están claros sus confines.
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