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Bienal de Venecia de Arquitectura 2023 (Parte II): Medioambiente y participación social

Por: Pedro Medina

Pabellones nacionales
Desde su creación en 1895, la Bienal de Venecia es un idílico “jardín” donde las naciones compiten pacíficamente mostrando lo mejor del arte patrio. Prueba de la calidad de las primeras ediciones se halla en Ca’ Pesaro, donde están los Leones de Oro comprados por el Ayuntamiento de Venecia; entre ellos, obras maestras de artistas como Klimt, Sorolla o Calder.

La arquitectura fue entrando dentro del evento artístico desde 1968 hasta que adquirió el estatus de bienal propia en 1980, dirigida por el recientemente fallecido Paolo Portoghesi. Las naciones presentes en los Giardini también participaron igual que en la cita de arte, compitiendo por demostrar en qué país se realizaba la mejor arquitectura, por lo que exhibían dibujos y maquetas de lo más granado del país.

Depende de la edición, pero en los últimos años –salvo quizás la bienal de Rem Koolhaas– esto ha ido cambiando progresivamente, generando una con-fusión entre la Bienal Arte y la Bienal Arquitectura. Es un fenómeno que se debe a la transformación de la propia concepción de la arquitectura –más allá de su esencia como ‘res aedificatoria’–, sobre todo en las dos últimas ediciones –como se ha apuntado en la primera parte de este artículo.

Coherentemente con la dirección de Lesley Lokko, no sólo se aprecia la ampliación de horizontes de la arquitectura, sino que también muta la esencia de ese jardín de competición pacífica que es la Bienal. Por un lado, la mayoría de las naciones ya no muestra los edificios más sorprendentes construidos en su país o por arquitectos nacionales; por otro, los pabellones históricos de los Giardini podrían ser percibidos ahora como el despliegue de una geopolítica global de países que fueron colonizadores e imperios.

Esta realidad tiene como consecuencia que se tambalee la idea original de la Bienal, sin embargo, abre las puertas a una experimentación y a una variedad de estrategias y recursos expresivos francamente interesante, así como a reflexionar sobre las cuestiones más candentes dentro del mundo de la arquitectura. Esta evolución de la Bienal no sólo no genera rechazos institucionales, sino que sigue acaparando atractivo y prestigio, que atrae cada año a más naciones. De hecho, en esta edición se han estrenado Níger y Panamá, aumentando la presencia de países hasta ahora en la periferia del poder occidental.

Entrando en el contenido mostrado este año, Lokko reconoce que en su encuentro con los representantes de los pabellones nacionales percibió una acogida positiva de su idea de “laboratorio del futuro”, emergiendo de esas conversaciones el hecho de que muchos estaban creando nuevos territorios de comunalidad y la apertura a horizontes conceptuales, compartiendo así una mirada crítica hacia aspectos globales, principalmente el cambio climático.

Entre lo mucho y variado de este año, siempre hay algunos pabellones que llaman la atención por su puesta en escena o su carácter formal, como Reino Unido, con los rituales como forma de práctica espacial, que le ha valido la Mención de honor, para sorpresa de muchos; Polonia con su particular ‘Datament’, traduciendo el volumen de datos de Hong Kong, México, Polonia y Malawi a una estructura arquitectónica; Serbia con un resultón juego de proyección y espejos; Letonia con su particular “supermercado de ideas” con “productos” de precedentes bienales; Uzbekistán con un elogio poético y colaborativo del ladrillo; o la habitual sutileza de Japón, que tenía incluso alambiques para destilar esencias olfativas con plantas de los mismos Giardini.

De los dos argumentos propuestos por Lokko, la descolonización es el que menos ha calado entre los comisarios nacionales, sin embargo, ha tenido algunos seguidores dignos de mención. Uno de ellos es Australia, con una estructura liviana que parece el espectro de una arquitectura colonial, frente a la que se presentan tácticas de descolonización, para cambiar un sistema nacional basado en una extracción desmesurada de recursos de la naturaleza.

También Brasil, León de Oro de este año, con su original proyecto sobre la “tierra”, que compone incluso el “mobiliario” del pabellón, para reflexionar sobre aquellas poblaciones indígenas desplazadas por la “modernidad”, proponiendo una contra-narración al canon hegemónico hasta ahora en Brasil.

Si pensamos en los proyectos sobre descarbonización y medio ambiente, hay proyectos que destacan también por su puesta en escena, intentado implicar al espectador de una forma lúdica, como Corea del Sur con ‘2086: Together How?’, en cuyo centro hay un ‘quiz’ sobre crisis ambientales; o Singapur con una gran estructura interactiva; aunque también los hay más vistosos y poéticos, como Chile con sus semillas encapsuladas en 250 esferas, para restaurar la vida tras un colapso del mundo actual.

Son importantes y originales las propuestas que luchan contra el sistema extractivista, como el de Luxemburgo en torno a la minería y que cuenta con el film de Armin Linke en colaboración con un grupo internacional sobre la actividad extractivista extra-terreste. Y, muy especialmente, Bélgica, que propone el uso de materiales de construcción provenientes de organismos vivos, en concreto, hongos, con los que construir un material muy disponible, sostenible y renovable; examinándose también en Finlandia las infraestructuras higiénico-sanitarias, para criticar con ironía el actual uso de fertilizantes y agua.

De hecho, son muchos los proyectos relativos a la gestión del agua: Abu Dhabi, Argentina, Georgia, Portugal y, sobre todo, Holanda, que plantea un discurso de flujos –económicos e hídricos– para diseñar un modelo regenerador y circular, a través de tres versiones de un sistema de acumulación de agua; uno de ellos ha transformado ya el techo del pabellón para recolectar agua pluvial.

En efecto, cada vez más se valora el propio pabellón como laboratorio en sí y no tanto como simple vitrina de proyectos realizados en otro lugar, como ya hicieron el año pasado Ignasi Aballí en el pabellón de España y Maria Eichorn en Alemania, cuya intervención se ha convertido en el punto de partida para el pabellón alemán de este año. De hecho, esta propuesta no se define como exposición, sino como “modelo operativo”, realizado completamente con material reciclado de la Bienal de 2022, no sólo de su pabellón, sino también de todos los que lo rodean. Así, Alemania promueve la reutilización de recursos y, de paso, critica a los 40 pabellones que no han tenido “cuidado” con el impacto ambiental de sus exposiciones, haciendo visible la dimensión material, social y urbana de la Bienal. Sin tener en cuenta este aspecto, no hay coherencia alguna entre las intenciones de sostenibilidad y la realidad expositiva.

Desde otro punto de vista, Suiza también ha trabajado sobre el propio pabellón, proyectado por Bruno Giacometti, que es el único que comparte un muro con otro, el de Venezuela, diseñado por Carlo Scarpa. Han abierto la parte en común y dibujado la planimetría de los dos pabellones combinados en un gesto positivo de “vecindad”. Así, mientras algunos alzan muros, otros eliminan fronteras, como ocurrió en 2018 con España, Bélgica y Holanda juntas como Europa, o el año pasado con la cesión del pabellón holandés a Estonia.

Asimismo, entre estos metadiscursos sobre el propio pabellón nacional o la Bienal y su relación con la ciudad, sobresale Austria, con su ‘Participación’, que hace suya una frase de Paolo Portoghesi: «La arquitectura no es para los arquitectos. La arquitectura es para el público». Con este fin, Hermann Czech y el colectivo AKT planearon varios modos de abrir el pabellón a los habitantes del barrio de Sant’Elena, uno de los pocos aún con población local. El objetivo era hacerlo físicamente, para dar libre acceso al pabellón desde el barrio y ceder la mitad del mismo como lugar de encuentro, invirtiendo así la práctica de la Bienal, que se ha ido expandiendo –dificultando el tránsito a pie de la población local–, como parte de un proceso de mercantilización de la ciudad. Ante el rechazo de la Bienal de las diferentes versiones de acceso (a través del muro o con la construcción de un puente), el proyecto final da voz a prácticas y reivindicaciones de los venecianos bajo los conceptos “exclusión”, “expansión” e “involucración” para, en suma, reivindicar que para que se dé una verdadera participación, hace falta la cesión de espacios.

Se sitúa en una línea similar Canadá con su ‘Not for Sale!!’, que da visibilidad al movimiento para la accesibilidad física y económica a una vivienda, para hacer evidente cómo cuestiones como el turismo, el racismo, el sexismo o el clasismo están conectadas al mercado inmobiliario.

Por último, si queremos hablar de “indisciplinados” o “interdisciplinarios”, que han convertido la propuesta nacional en un gran laboratorio de investigación con miras internacionales, hay que reconocer que una de las propuestas más sorprendentes y ricas en contenido es ‘Foodscapes’, comisariado por Eduardo Castillo-Vinuesa y Manuel Ocaña para España, en colaboración con TBA21 Thyssen-Bornemisza Art Contemporary y con el apoyo de la European Climate Foundation y la Fundación Arquia. Su tesis es: al comer, digerimos territorios. De ahí que se aborden las arquitecturas que nutren el mundo, de los laboratorios domésticos que son las cocinas a las grandes áreas destinadas a la recogida y distribución de los alimentos, registrando “arquitecturas blandas” –como diría Branzi– en El Ejido o la arquitectura del frío y en movimiento a través de camiones, entre otros tantos casos de estudio.

El pabellón español se gana así un puesto relevante como respuesta a la invitación de Lokko justo por su carácter interdisciplinar. Está compuesto por 5 cortometrajes (a cargo de Elii + María Jerez, MAIO + Agnes Essonti Luque, Gerard Ortín Castellví + Pol Esteve Castelló, Marina Otero Verzier + Manuel Correa y Grandeza Studio + Locument), que ofrecen una taxonomía de distintos estratos del sistema alimentario; también por un archivo en forma de recetario (con proyectos de Urbanitree, Lucia Jalón Oyarzun, S&AA, Aldayjover, Common Accounts, Institute for Postnatural Studies, Guillermo Fernández-Abascal, Iván L. Munuera + Pablo Saiz del Río +Vivian Rotie, Lucia Tahan y C+ arquitectas), para dar una visión total del sistema, gracias a la investigación de Black Almanac y a las fotografías de Pedro Pegenaute; y desde aquí se construye una plataforma de investigación abierta a la que se suma un nutrido programa público de actividades, a cargo de TBA21 en su sede en San Lorenzo.

Citar el elenco de participantes no es sólo para hacer justicia a los buenos trabajos que se hallan en el pabellón, sino también para constatar que el pabellón adolece de una cantidad excesiva de material por el que vuela fugazmente el bienalista medio. “Original”, “fresco”, “cuidado” son algunos de los adjetivos que justamente ha merecido, sin embargo, se ha de entender un contexto en el que la mayoría de visitantes debe ver en 1 o 2 días 161 exposiciones e instalaciones, solamente contando la Bienal, al margen de lo mucho que ofrece la ciudad. De ahí que tradicionalmente se premien exposiciones más intuitivas. En cualquier caso, es un atractivo pabellón con una investigación y una profundidad fuera de lo común, que «mira al futuro para explorar otros modelos posibles, capaces de alimentar al mundo sin devorar el planeta».

Y dentro de un enfoque afín, hay que nombrar al colectivo Fosbury Architecture, fundado en 2013 y conocido por desarrollar estrategias urbanas, la reutilización de edificios existentes, la creación de instalaciones temporales, programas didácticos y, sobre todo, proyectos editoriales como el premiado ‘Incompiuto. La Nascita di uno Stile’ (2018). Fosbury Architecture es uno de los mejores representantes de una nueva generación (todos tienen menos de 40 años) formada bajo el signo de una crisis perpetua, que probablemente ha propiciado un nuevo enfoque de la profesión, donde la dimensión “curativa” es la razón central de sus diversas actividades.

Igual que ocurre en España, han aplicado su idiosincrasia al diseño del pabellón Italia, introduciéndose en la realidad a través de la relación con múltiples disciplinas. Con ellos se concreta un rol para este arquitecto “indisciplinado”: su relevancia como “mediador” entre colectivos e individuos, que hace de la colaboración una costumbre, considerando las medidas sostenibles una premisa fundamental y la transdisciplinariedad un instrumento para expandir los límites de la arquitectura. Sin embargo, no es fácil transmitir estos nuevos modos en un formato expositivo y, para muchos, la selección de los 9 grupos de jóvenes arquitectos con proyectos “pioneros” en territorios frágiles ha sido percibida como un confuso conjunto de intervenciones ‘site-specific’, donde la arquitectura como proyecto coral y práctica de investigación participada y difusa no ha sido acogida plenamente. No obstante, habrá que estar atentos al laboratorio generado con una perspectiva temporal dilatada, que seguro dará lugar a una publicación sugerente.

Por la ciudad
Entre los eventos colaterales, el pabellón de Cataluña, comisariado por Daniel Cid, Eva Serrats y Francesc Pla, se ha posicionado como respuesta a la diáspora negra planteada por Lokko. Para ello, el estudio Leve se ha aliado con Top Manta, el sindicato de vendedores ambulantes de Barcelona fundado por una comunidad de senegaleses, para homenajear a los ‘manteros’, como gesto de reparación hacia la comunidad migrante mientras denuncia el racismo de las instituciones.

Por otro lado, para los que echan de menos a los ‘archistars’, el IUAV junto con la Unión Europea –que colabora por primera vez en la Bienal y que está representada por el proyecto La Nueva Bauhaus Europea– organizó durante el 25 y 26 de mayo el ciclo de conferencias ‘Radical yet Possible Future Space Solutions’. No obstante, el verdadero oasis para los nostálgicos de la arquitectura constructiva ha sido el Palazzo Franchetti, con la exposición sobre 5 nuevos espacios culturales inaugurados en Qatar y, sobre todo, las cautivadoras instalaciones y la exposición de Kengo Kuma.

Más allá de los eventos colaterales de la Bienal, una exposición relacionada con la Santa Sede, que este año ha vuelto con un decepcionante pabellón después de las espectaculares capillas de hace 5 años, no convenciendo ni el jardín benedictino ni la incursión escultórica del gran Álvaro Siza, que probablemente buscaba ascetismo, pero ha encontrado sólo tosquedad. ‘Sacred Landscapes’ dialoga precisamente con las citadas capillas vaticanas con la obra de conocidos fotógrafos, como Martin Parr, Francesca Woodman o Tim Davis, entre otros. Sin embargo, su visita implica la reserva por anticipado y recorrido completo guiado por los jardines de la Fundación Cini, para frustración de no pocos viajeros.

Precisamente en este punto, conviene recordar la transformación de la ciudad en una reserva de fundaciones, que ya comentamos al analizar Venecia como particular sistema cultural. Como era de esperar, el número de instituciones sigue creciendo. Sin ir más lejos, en la isla de San Giorgio, Le Stanze della Fotografia, promovida por Marsilio Arte y la Fundación Giorgio Cini, ha sido presentada como un centro internacional de investigación y valorización de la fotografía y la cultura de la imagen. Por ello, ha anunciado, además de su programación en Venecia, varias colaboraciones con Magnum Photos, el Jeu de Paume, la Médiathèque du patrimoine et de la photographie y el Musée de l’Elysée, entre otras. Inicia con la exposición sobre Venecia de Alessandra Chemollo, pero sobre todo con la magnífica retrospectiva de Ugo Mulas, que muestra varias facetas de la fabulosa trayectoria del fotógrafo italiano, de los retratos de famosos al teatro o la moda.

De hecho, son muchas las exposiciones de fotografía actualmente en Venecia. Entre ellas, la retrospectiva de Inge Morath en el Palazzo Grimani, que cuenta sus inicios venecianos gracias a la intervención de Robert Capa, desplegando desde ese momento una trayectoria muy notable. Y, sobre todo, ‘CHRONORAMA. Photographic Treasures of the 20th Century’ en el Palazzo Grassi, que exhibe las piezas más famosas de los archivos Condé Nast, en parte recientemente adquiridos por la Colección Pinault, que narran el siglo pasado por medio de sus eventos sociales y personajes históricos.

Siguiendo con la Colección Pinault, una de las citas ineludibles de este año es ‘Icônes’, que reinterpreta con obras de gran fascinación visual la idea mística y contemplativa ante los iconos bizantinos, ahora en clave contemporánea. Partiendo de la monumental instalación de Lygia Pape y acompañada por intervenciones y obras excelentes de Joseph Kosuth, Donald Judd, Rudolf Stingel, Danh Vo, Maurizio Cattelan, Chen Zhen, Michel Parmentier, Theaster Gates y Kim Sooja, entre otros, permite reflexionar, en un ambiente de intimidad, sobre el poder y presencia de la imagen en nuestra cultura y como medio para alcanzar una realidad trascendental.

Pero si hay una exposición este año que resume buena parte de la sensibilidad de las dos últimas bienales de arquitectura, por no decir de gran parte de las propuestas contemporáneas de este año, es ‘Everybody Talks About the Weather’ en la Fundación Prada. Comisariada por Dieter Roelstraete, se presenta como un proyecto de investigación en la línea de la nueva tendencia de la fundación a unir arte y ciencia, que comenzó con ‘Human Brains’ el año pasado y que prosiguió con las “ceras anatómicas” aún expuestas en Milán. Como siempre, la puesta en escena es muy llamativa, a cargo de 2×4, aunque no llega a abrumar o sumergir al espectador, como ocurría en el foro construido para ‘Human Brains’, ni al grado de refinamiento de las “ceras anatómicas”, dominando ahora un aire esencialmente didáctico.

En esta nueva cita, son varias las perspectivas aportadas sobre el clima, extraídas del diálogo entre obras de arte y los datos científicos que las acompañan. La primera parte desconcierta un poco con la reproducción de obras maestras que permiten percibir el clima de una época, si bien ya aparece el verdadero trasfondo en los datos científicos –desarrollados en colaboración con el New Institute Centre For Environmental Humanities (NICHE) de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia–, que se desarrollarán en la segunda parte en correspondencia con obras contemporáneas.

El argumento central es la emergencia climática, ilustrada por un conjunto de publicaciones, informes, datos y análisis que cuentan la metamorfosis de nuestro planeta, de la contaminación ubicua al incremento de la frecuencia de incendios, sequías e inundaciones, pasando por sus consecuencias, como la extensión de los desiertos, extinciones y migraciones, además de confirmar el consenso prácticamente total de la comunidad científica al respecto.

Entre los artistas contemporáneos presentes, señalar Giorgio Andreotta Calò, con una pertinente pieza con extracciones de muestras del suelo de la laguna veneciana, o el ‘We are opposite like that’ de Himali Singh Soin, escuchando el hielo, junto con otros artistas mundialmente famosos como Goshka Macuga, Gerhard Richter, Thomas Ruff, Pieter Vermeersch o Paolo Cirio, para terminar de construir un friso de los problemas más acuciantes para el Planeta. De esta manera, del estudio a la denuncia, la exposición de la Fundación Prada contribuye a una mayor conciencia de la urgencia que supone el cambio climático, además de la importancia que los estudios científicos tienen para nuestra contemporaneidad y para nuestro futuro.

Precisamente Paolo Cirio repite en los Magazzini del Sale con ‘Climate Mismatch’, que aborda la discrepancia entre datos sobre el clima y justicia climática, es decir, entre datos y poder, hechos y percepción, retórica y realidad, criticando sobre todo cómo los medios de comunicación insisten en palabras a veces desgastadas, mientras se ocultan los datos sobre los beneficios de las grandes compañías o sus emisiones de gas invernadero. Para combatirlo, imagina un tribunal climático contra las compañías de combustibles fósiles y materializa ‘big data’ en formatos físicos como banderas o paneles. Son pruebas expuestas ante los miembros del jurado en los que son convertidos los espectadores.

Entre los muchos proyectos que sensibilizan sobre el medioambiente, se debe citar también ‘Ocean Space’, centro de investigación de la TBA21-Academy, que lleva tres años mostrando en la iglesia de San Lorenzo la vida de los océanos y los peligros que se ciernen sobre ella. Bajo la idea de “acelerar la alfabetización oceánica crítica”, exhibe un conjunto de esculturas de Simone Fattal en una de sus partes, y de Petrit Halilay y Álvaro Urbano en la principal, logrando un efecto poético, aunque menos impactante, narrativo y de denuncia que en ediciones anteriores, donde sí se realizó una pedagogía mayor sobre situaciones apremiantes para los océanos.

También destacan otros lugares de encuentro menos mediáticos, como la isla de San Servolo, donde se celebrará el 1 y 2 de julio el Venice Innovation Design para estudiar con 120 invitados (arquitectos, diseñadores, empresarios, innovadores y periodistas) procesos de regeneración urbana en clave sostenible. Una muestra más de una concienciación imparable, incluso en un contexto donde estábamos acostumbrados a una oferta cultural más clásica y orientada al turismo.

Últimas consideraciones
Esta es una reducida muestra de las propuestas culturales que se pueden contemplar en Venecia en estos días, donde la arquitectura se ha convertido en una plataforma de sensibilización y experimentación que construye “virtualidades” mientras expande horizontes. El futuro se muestra, pues, con responsabilidad medioambiental, descolonizado y colaborativo.

En este contexto surge el papel crucial del arquitecto en la sociedad y no su pérdida de rumbo y profesión, como los puristas de la construcción denuncian, considerando así la arquitectura como una esfera central de la realidad (y no como un mundo aparte, como ocurre a menudo con las posturas academicistas). Por tanto, se enfatiza su condición de agente que asume el desafío de construir el territorio de lo político, a través de una interpretación crítica que afronte la cuestión del espacio público y la cotidianidad del ciudadano, ahora sobre todo en clave planetaria y no únicamente local e individual.

Con este fin, Lesley Lokko ha irradiado su propuesta a buena parte del tejido veneciano, declinada de muy diversas formas, aunque poniendo siempre en primer lugar reivindicaciones que buscan mayores cotas de justicia y sostenibilidad. Por ello, todos estos proyectos nos llevan a pensar de nuevo los objetivos de la arquitectura y su sentido en la sociedad, sin por ello olvidar que, para tener un efecto significativo, las propuestas deben considerar ética, política y también estéticamente el nuevo contexto global. Quizás así podamos imaginar un mundo aún habitable.

Viene de Bienal de Venecia de Arquitectura 2023 (Parte I): El laboratorio del futuro

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