Parte I. El proyecto del mundo
Por: Pedro Medina

Bienal de Venecia 2021

Daniel López-Pérez; Reiser + Umemoto; Princeton University School of Architecture
Geoscope 2: Worlds, 2021
Inflatable, faceted, fabric hemispheres sitting on steel, fabric, polycarbonate,
and Stimulite® bases, with 46 suspended Optoma short-throw projectors, 350 × 600 × 380 cm

17. Mostra Internazionale di Architettura – La Biennale di Venezia, How will we live toghether?

Photo by: _AVZ: Andrea Avezzù / _FG: Francesco Galli / _JS: Jacopo Salvi / _MZO: Marco Zorzanello
Courtesy: La Biennale di Venezia

¿Cómo viviremos juntos? Esta pregunta, que ya enunció antes de la pandemia el arquitecto estadounidense de origen libanés y docente del MIT Hashim Sarkis, se torna ahora más necesaria en estos tiempos de incertidumbre, miedo, polarización política y distanciamiento social. En cualquier caso, desde que la Bienal de Venecia se inauguró en 1895 no son pocas las crisis vividas, del fascismo a la Guerra Fría, siendo con frecuencia la bienal de arquitectura la que construye lúcidos horizontes, allende el análisis o el exhibicionismo del presente, como bien sabe el nuevo presidente de la Bienal, Roberto Ciccutto, que con atrevimiento ha ofrecido a Italia su primer gran evento “postpandémico”, con las dificultades que conlleva.

La declaración de partida del comisario de esta edición es la siguiente: “Necesitamos un nuevo contrato espacial. En un contexto caracterizado por divergencias políticas cada vez más amplias y por desigualdades económicas cada vez mayores, pedimos a los arquitectos que imaginen los espacios en los que vivir generosamente juntos. La Bienal Arquitectura de 2021 pretende afirmar así el rol esencial del arquitecto, que es el de cordial catalizador y guardián del contrato espacial. La política y las políticas establecen los términos y los procesos para la vida colectiva, pero las personas se reúnen en el espacio y el espacio contribuye a plasmar y transformar el contrato social establecido. No podemos esperar más a que los políticos propongan una ruta hacia un futuro mejor”.

¿Utopía, arrogancia, ingenuidad, imperativo…? No han sido pocas las interpretaciones de este rol del arquitecto como protagonista privilegiado para pensar cómo habitaremos el planeta y, sobre todo, cómo proyectaremos el mundo, como ya apuntaba su libro en colaboración con Roi Salgueiro y Gabriel Kozlowski: “The World as an Architectural Project”. Habrá que hacer un balance después de considerar varios aspectos, desde el diseño expositivo y la selección de proyectos a significativos homenajes en momentos puntuales. Su discurso sigue cinco escalas -o enfoques- desde los que aproximarse a la acción de la arquitectura sobre nuestro entorno:

– Among Diverse Beings (Arsenale), donde se abordan las relaciones interpersonales, atendiendo a la concepción y percepción del cuerpo junto con posicionamientos donde importa la empatía.
– As New Households (Arsenale) responde a los cambios de composición de las familias, mientras explora las nuevas tecnologías y la potencialidad de los espacios habitativos colectivos.
– As Emerging Communities (Arsenale) es una sección central, porque la reflexión sobre lo “común” es fundamental para pensarnos “juntos”, desde la nueva organización del espacio a las respuestas a los desafíos sanitarios y climáticos.
– Across Borders (Giardini) intenta negociar entre las divisiones de este mundo (sociales, económicas, fronterizas) para aportar soluciones a problemas urgentes (desde la búsqueda forzada de refugio a la conservación del patrimonio natural).
– As One Planet (Giardini) es la conclusión de un recorrido que debe pensar el futuro del planeta, para anticipar los conflictos y proyectar alternativas ante los urgentes desafíos del medio ambiente.

En paralelo a este discurso, aunque en un segundo plano, hay otros proyectos, desde la colaboración con la Bienal Danza -aunque con una presencia menos relevante que la de Virgilio Sieni en la edición de Rem Koolhaas– a encuentros y reflexión online en Sneak Peek -sin olvidar Curators Collective, la plataforma constituida por los comisarios de los pabellones- o al programa How will we play together? en Forte Marghera. No obstante, el recorrido creciente en el discurso y las aspiraciones es el que describen estos cinco estadios.

Al respecto, probablemente debido al posicionamiento de corte social, esta propuesta se traduce en el Arsenale -a excepción de las instalaciones robóticas (MAEID), de fibras de vidrio y de carbono (Refik Anadol y Gökan S. Hotamisligil) o formalmente más atractivas (Bárbara Barreda y Felipe Sepúlveda)- en un paisaje por estudiar, menos intuitivo y espectacular, que puede parecer al apresurado espectador un conjunto de proyectos algo confuso o sin una dirección clara. Aun así, para quien sea más paciente, tras la aparición de algunos dilemas donde la digitalización del mundo tiene un papel destacado, se percibe que la verdadera preocupación de Sarkis se enfoca a reflexionar sobre lo que podemos entender como común.

En esta trayectoria, que va del individuo al planeta, el ámbito intermedio es justo el que pertenece a la “comunidad”. No hay que olvidar que, al margen de su dilatada presencia dentro de los estudios sociológicos, es un término que adquirió notable importancia e interés en los años a caballo entre el siglo XX y el XXI, como pusieron de manifiesto Jean-Luc Nancy, Giorgio Agamben, Roberto Esposito o Marc Augé, entre otros, y cuya referencia última es precisamente el ‘Juntos’ de Richard Sennett. La reflexión sobre este concepto es más importante que nunca en un momento donde la incertidumbre y el miedo repliegan a muchos individuos a colectivos donde se disuelven sus identidades, sin embargo, también puede entenderse de forma propositiva como solución a las crisis que nos asolan, tal y como ha procurado Sarkis.

Por ello, sorprende gratamente la densidad de arquitectos españoles justo en esta sección, reconociendo que el territorio español ha sido un laboratorio de propuestas muy interesante en los últimos años. Son prueba de ello la presencia de Ana Mª López Ortego (Arquitectura expandida), los colectivos LACOL y PRÁCTICA, además de otros estudios, como el madrileño Rojo/Fernández y el barcelonés Miralles Tagliabue, en este último caso en Clichy-Montfermeil. En el conjunto de estos proyectos la comunidad viene interpretada de muchas maneras: negociación y estrategias que buscan el bien común, identificación de prácticas de participación ciudadana, proyectos colaborativos, acciones de regeneración fluvial y obras sociales dentro de una amplia gama de actividades.

Esto es lo común concreto que reivindica Sarkis, alejándose, por tanto, de valores asociativos cerrados en sí mismos, pero también de ese ‘common ground’ indefinido que expuso David Chipperfield en Venecia o del candoroso ‘free space’ de Yvonne Farrel y Shelley McNamara en la pasada edición, mientras sí reconoce la sintonía con Alejandro Aravena, encargándole la pieza más monumental de todo el Arsenal, que muestra con orgullo la cultura mapuche, y sobre todo con la concesión del León de Oro a la memoria de Lina Bo Bardi, reconocida como quien representa mejor el tema de la bienal, por su carácter internacional, su capacidad para dialogar con la naturaleza, su innovación revolucionaria y su consideración de arte social que favorece el encuentro entre las personas.

De esta forma, el recorrido del Arsenale se podría considerar un estudio preparatorio de las condiciones para establecer el verdadero carácter de la arquitectura, que se manifiesta con valentía en el Pabellón Central de los Giardini y que favorece que la edición de este año alcance una dimensión planetaria. Aquí lo común se declina de muy diversas formas: el agua como bien compartido en los Alpes (Günther Vogt ETH Zúrich), los refugiados antes las fronteras (Forensic Oceanography & Forensic Architecture), la Antártida como bien común (Giulia Foscari, Arcangelo Sassolino y David Vaughan), o la construcción de bancos de arena con olas ante el destino probable de la subida del nivel del mar (Skylar Tibbits, Schendy Kernizan, Jared Laucks, Sarah Dole y Hassan Maniku). Son grandes temas y, sobre todo, grandes retos entre los que se insertan fluidamente pasiones personales de Sarkis, como la relación entre arquitectura y geografía, que permite apreciar piezas magníficas como las de Giuditta Vendrame o la de Plan B Architecture & Urbanism, que visualiza las conexiones del planeta.

Entre todos estos espléndidos proyectos destacan dos lugares de encuentro. El primero de ellos es la ‘Future Assembly’, una exposición concebida por el Studio Other Spaces, cuyos fundadores son Olafur Eliasson y Sebastian Behman, donde se ha reclamado la participación de todos los participantes en la exposición para construir una asamblea basada en el modelo de las Naciones Unidas, con el fin de representar los intereses y derechos de la naturaleza. De aquí se extrae una enseñanza fundamental: la necesidad de pluralidad y participación, al mismo tiempo que se indican líneas de esperanza.

Y el segundo es la sala situada bajo la asamblea, donde llama la atención el Geoscope 2: Worlds de Daniel López-Pérez + Umemoto, una esfera inflable y multimedia que acompaña una serie de filmados y discretas fichas que –a mi parecer– son el verdadero manifiesto de Sarkis, que no es otro que ensalzar el poder creador de las visiones utópicas, como las de Yona Friedman, Constant, Superstudio, Juan Navarro Baldeweg y tantos otros.

¿Qué balance se puede hacer de este recorrido? Desde un punto de vista expositivo, las condiciones higiénicas han propiciado que se dé definitivamente el paso a contenidos digitales aumentados a través del móvil por medio de esos códigos QR que desde hace años aparecen en las exposiciones y que casi nadie usaba. Sin embargo, al margen de cuestiones técnicas, una bienal donde se muestra poca arquitectura –en sentido convencional– y que disuelve muchas barreras disciplinares, se ha interpretado con frecuencia como la aspiración del arquitecto a guiar –y salvar– el mundo, un héroe que sustituye un contrato social obsoleto, especialmente por lo que respecta a la naturaleza, por un nuevo culto al arquitecto.

Es el caso de Fulvio Irace, quien comenta con ironía el Arsenale como el recorrido por una “dulce eutanasia” y este “lúcido esfuerzo visionario” del arquitecto, que pretende triunfar donde han fracasado la política, la filosofía moral y la economía, como «una ambición egótica del arquitecto-diseñador de la Gran Forma». Se deberían recordar, por otro lado, precedentes como el ‘Massive Change’ (2004) de Bruce Mau, donde también se reclamaban nuevas formas de actuar y de proyectar lo que nos rodea ante los desastres de la globalización, declarando el diseño la disciplina que debería convertirse en sistema de pensamiento y en el arte de organizar recursos, hallando así la solución adecuada y sostenible a un problema a gran escala. La deriva de esta idea fue la búsqueda –como si de una república platónica se tratara– del triunfo de la “clase creativa” como la idónea para gobernar la sociedad.

Han sido muchas las propuestas en esta línea que culmina ahora Sarkis, coincidiendo gran parte de ellas en el énfasis por la interdisciplinariedad, lo procesual, lo abierto y lo colaborativo, características que se han seguido potenciando con la digitalización de la cotidianidad. Sin embargo, al fin y al cabo, bastaría evocar que la arquitectura es un campo disciplinar que reúne muchos saberes, siendo el arquitecto alguien con la capacidad de dirigir complicadas orquestras, es decir, de coordinar visiones colectivas. En efecto, el universo de la arquitectura siempre ha trabajado con amplios y variados grupos, si bien las últimas décadas se ha visto dominado por el culto al genio arquitectónico.

Sarkis apuesta por una contratendencia cada vez más aclamada desde 2008: pasar de una arquitectura espectacular e icónica a una donde lo social predomina, de los archistars a una arquitectura colectiva. En efecto, dentro de este panorama el “juntos” es la característica principal que predomina en todas las propuestas. Por ello mismo, creo que es injusto reducir toda la propuesta al ego –con frecuencia– desmesurado del arquitecto. En cambio, parece la reacción a preguntas como ¿qué futuro queremos?, o ¿qué podemos hacer para construirlo?

Arnold J. Toynbee ya enunciaba que «el siglo XX será recordado por las generaciones futuras no como una época de grandes conflictos o de grandes inventos tecnológicos, sino como una época en la que la sociedad ha pensado por primera vez que la salvación social de todo el género humano puede convertirse en un objetivo real». Esta conciencia debería ser aún mayor en nuestros tiempos, y no digamos en Venecia, una de las maravillas del mundo cuya belleza se caracteriza por su fragilidad, amenazada por el turismo de masas o por la subida del nivel del mar, convergiendo en esta bienal muchas de las preocupaciones que ahora nos asolan. De ahí que Sarkis llame la atención sobre desafíos urgentes, con la naturaleza como eje central, proponiendo los saberes de la arquitectura para guiar un necesario cambio y ofrecer así formas alternativas para vivir juntos.

De hecho, la referencia a Isabelle Stengers al inicio del Pabellón Central no es casual, sirviendo para postular que la única política posible es la cosmopolítica, lo que destierra cualquier concepción meramente individual o anclada en un único territorio. De no ser así, se podría afirmar que seremos póstumos a nuestro tiempo. De este modo y en última instancia, se puede concluir que ha construido un observatorio desde el que imaginar el futuro, entendiendo “imaginar” no como el juego libre de la fantasía, sino –en la línea de Hilary Putnam– como proyección racional que valora las condiciones objetivas de partida para alcanzar una meta. Y lo lleva a cabo creyendo en la utopía y en la multiplicidad de las fuentes y las escuelas.

En definitiva, es proyecto, “pro-yección” hacia el porvenir desde el compromiso activo de la arquitectura con su tiempo, creyendo que la utopía no se opone necesariamente al desencanto, más bien defiende la necesidad de que se corrijan recíprocamente. Son pues una vez más Don Quijote y Sancho caminando juntos: «El desencanto, que corrige la utopía, refuerza su elemento fundamental, la esperanza […] El desencanto es una forma irónica, melancólica y aguerrida de la esperanza; modera su pathos profético y generosamente optimista, que subestima fácilmente las pavorosas posibilidades de regresión, de discontinuidad, de trágica barbarie latentes en la historia» –como ya explicó Claudio Magris.

Por tanto, esta edición no estávinculada solamente al conocimiento del entrono, sino que se orienta a una “praxis”, porque asume las “crisis” de su época para crear pensamiento allí donde emergen, abordando el presente desde la resistencia a sus derivas nocivas, para crear ámbitos de producción de sentido que dirijan la acción colectiva y que puedan elaborar procesos de construcción de lo cotidiano y de lo común.

Se agradece, en suma, la carga propositiva de su discurso en estos tiempos donde parece que solamente se ofrece supervivencia y donde las utopías habían quedado atrás, asumiendo la multiplicidad y complejidad del mundo mientras amplía las miras para que no predomine una visión antropocéntrica, porque los retos ambientales no pueden ignorarse y reclaman una respuesta urgente. Es un panorama que reclama una concepción expandida de la arquitectura y la ambición de una vocación planetaria, relacional, sensible, empática, capaz de ofrecer un horizonte positivo hacia el que encaminarse.

PUBLICADOS RECIENTEMENTE