De la incertidumbre a nuevos horizontes
Por: Pedro Medina
Esta particular edición no es inmune a la pandemia, aunque la haya afrontado con valentía. Por ello, se ha visto condicionada la habitual competición de naciones para encumbrar cuál es el pabellón con la propuesta más interesante. Bien por decisiones políticas o por limitaciones sanitarias, algunos pabellones no se han inaugurado aún, con ausencias muy significativas durante los días de la vernissage: China, Venezuela, Perú, Canadá, Australia, Chequia… Incluso hay pabellones, como el de Alemania, que se exhiben aparentemente vacíos al optar por un discurso digital en su totalidad, gracias a una aplicación geolocalizada, lo que aporta una prueba más del mencionado paso adelante digital; de hecho, la práctica totalidad de dossiers de prensa ya no son en papel, sino descargables por medio de códigos QR, igual que muchos contenidos aumentados de las piezas expuestas. Además, dentro del microcosmos veneciano, ya son habituales plataformas como ‘Archive for the Future’, que ofrece online ciclos de entrevistas a artistas, historiadores del arte, compositores o ‘performers’ como complemento a la exposición de Bruce Nauman en la Punta della Dogana.
En cualquier caso, y a pesar del éxito de la atrevida inauguración, dadas las circunstancias y, sobre todo, la imposibilidad de viajar de buena parte del jurado de la Bienal, presidido por Kazuyo Sejima, se ha aplazado la decisión sobre el León de Oro al mejor pabellón, probablemente hasta mediados de verano. De ahí que incluso se comentara durante los primeros días la posibilidad de realizar una segunda inauguración para entonces, con la esperanza de contar con la totalidad de los participantes habituales.
No obstante, ha sido un año con algunos proyectos llamativos, tanto desde el punto de vista expositivo como del contenido. De hecho, una primera conclusión es la gran variedad de propuestas, dentro de un tema que daba un amplio margen de interpretación, si lo comparamos, por ejemplo, con el enunciado por Rem Koolhaas en 2014. Además, se ha confirmado la tendencia a crear grandes panoramas colectivos, más que a venerar la figura de algún arquitecto consagrado; cuyo reconocimiento ha sido más profesional que fruto de la adoración icónica, cuando se ha producido.
En efecto, el León de Oro a la carrera, Rafael Moneo, ha propiciado una cordial y unánime ocasión para poner de acuerdo a todo el mundo, lejos de las polémicas o elecciones personales de otras ocasiones; sobre todo en la Bienal Arte. Su figura es la primera y notable explicación de la relevancia de España en esta edición, que se suma a la nutrida presencia de historiadores y arquitectos españoles en la exposición de Sarkis. La otra, sin duda, un pabellón nacional que ha estado en boca de todos.
Su puesta en escena ha llamado la atención de todos los visitantes -como demuestra la presencia de imágenes del mismo en prensa y redes sociales-, sobre todo gracias a la nube de currículos profesionales que pueblan su centro. En concreto, son los que corresponden a los 466 proyectos recibidos en el concurso convocado por los comisarios canarios Sofía Piñero, Domingo J, González, Andrezj Gwizdala y Fernando Herrera tras ganar ellos mismos el concurso público que por primera vez ha convocado España para la edición de arquitectura.
Su lema ha sido ‘Uncertainty-Incertidumbre’ y en parte está relacionado con la crisis sanitaria, aunque dentro de un marco más amplio que describe una condición contemporánea; a ella han respondido los 34 seleccionados por un comité de expertos. Su heterogeneidad podría interpretarse como un conjunto ambiguo o poco concreto a la hora de construir un paisaje común, donde cabrían propuestas que nada tienen que ver entre sí. Sin embargo, es todo lo contrario, como producto de una actitud firme: asumir la época y su pluralidad con todas sus consecuencias, no ajustando los proyectos a modelos o identidades establecidos, lo que podría traicionar la complejidad e incesante metamorfosis de nuestro tiempo.
No por casualidad, esta incertidumbre parte del conocido análisis que Zygmunt Bauman realizó de nuestra época, calificándola como “modernidad líquida”. Más allá incluso de Bauman, este diagnóstico se podría remontar incluso al destierro de una ciencia determinista y mecanicista (una física de sólidos), que pasa a ser probabilista (una física de líquidos), constatación que deja atrás la ilusión de universalidad y de una única línea causal en los fenómenos. De hecho, vivimos en medio de flujos, verdadero espíritu heraclitiano que se encarna en la contemporaneidad, desde los que se pueden derivar todas las metáforas sobre lo líquido y lo inestable, mientras desaparecen arraigos y estabilidades en favor de una lógica de trayectos.
Es justo lo que han desarrollado –con una eficaz y elegante gráfica, que agradece el bienalista medio que corre de pabellón en pabellón– a través de conceptos abiertos sobre realidades antes percibidas como antagónicas (antropocéntrico-ecocéntrico, virtual-físico…). Como comentan los comisarios, «con ello los trabajos expuestos se transforman en un catálogo de estrategias arquitectónicas necesarias para hacer frente al futuro de nuestra convivencia y sus implicaciones».
Así, gracias a su diseño expositivo, los átomos del pabellón se perciben como una constelación única de una arquitectura en transformación y sensible a las variables externas, que es ordenada por ejes y coordenadas que, en definitiva, transmiten una idea: la incertidumbre puede convertirse en una oportunidad de renovación, siempre y cuando los límites de la disciplina se disuelvan para dar lugar a otras maneras de vivir juntos. Por todo ello, no cabe duda de que este pabellón, a falta de comprobar si se inaugurarán otros, se halla entre los favoritos para llevarse el León de Oro; aunque sin olvidar que puede contar en su contra que el ‘Unfinished’ de Carnicero y Quintans se lo llevó hace tan solo cinco años.
Entre los pabellones que podrían competirle el galardón, se encuentra el de Dinamarca, comisariado por Marianne Krogh. Abandera el discurso sobre la importancia del agua y lo escenifica con una instalación sorprendente, que convierte el pabellón en un gran sistema de tuberías desde el que proyectar un concepto: la “conexión” de todos los elementos que componen un ecosistema, incluido el visitante que lo habita efímeramente. En él todo queda integrado (conectado) con el fin de mostrar que este contexto se repite en escalas más grandes y que formamos parte de él.
Otro de los pabellones llamativos, por la variedad de formatos en su interior y por el tema abordado, es el de Gran Bretaña, comisariado por Manijeh Verghese y Madeleine Kessler, que denuncia la excesiva privatización de sus espacios públicos. Así, con un montaje peculiar, donde lo escultórico, lo social y lo informático se van combinando para crear un ambiente donde implicar al visitante, se busca que este reflexione sobre las consecuencias de estas políticas, mientras se aboga por una sociedad de espacios abiertos y al alcance de todos.
Con menos probabilidades de ganar el León de Oro, pero con un desarrollo también seductor se halla ‘Orae. Experiences on the border’, el pabellón que presenta Suiza tras ganar el León de Oro en la edición anterior. La propuesta de Fabrice Aragno, Mounir Ayoub, Vanessa Lacaille y Pierre Szczepski da a un giro absoluto respecto a 2018, no apostando por efectismo alguno, sino por ahondar en un tema muy presente para Sarkis y fundamental para la identidad helvética: la frontera, en su dimensión política, social y espacial, para meditar sobre los confines dentro de su propio territorio a través de un “fórum” de testimonios que deja ver una cultura permeable y que debe pensar los fundamentos de su comunidad.
Más allá del Arsenale y los Giardini, hay menos actividades que en otras ocasiones, sin embargo, merece la pena dedicar tiempo a recorrer la ciudad para contemplar propuestas sobresalientes como ‘Catalonia in Venice – air/aria/aire’, presente en los eventos colaterales. Pone de manifiesto un hecho con el que prácticamente todo el mundo puede identificarse, sobre todo tras constatar la sensible mejora de la calidad del aire a los pocos días de iniciar el confinamiento por la pandemia. En efecto, la contaminación del aire de nuestras grandes ciudades es un problema ante el que no puede permanecer ajena la arquitectura. Así lo piensa Olga Subirós, quien ha comisariado y diseñado una exposición elegante e intuitiva, cuyo impacto emocional y temático se debe a una de las puestas en escena mejor resueltas de esta edición.
En primer lugar, destaca un minimalista bloque central con un pasillo en el que se busca impresionar al espectador con la composición sonora de John Talabot interpretada por Maria Arnal, mientras observa los discos de contaminación de poblaciones y accede a contenido aumentado sobre las condiciones geográficas de distintas zonas y el efecto que tienen en la contaminación atmosférica. En su parte externa se proyectan numerosos gráficos que reflejan el análisis de datos masivos, cuyas cartografías han sido diseñadas por 300.000 Km/s (Mar Santamaría y Pablo Martínez), que ya han demostrado en otras ocasiones su pericia para visualizar Big Data de forma clara y precisa; se puede recordar la exposición sobre el turismo de masas en Madrid, ‘Turistificación’, comisariada por Ariadna Cantis, donde también supieron mostrar con solvencia la transformación de la capital española. En suma, en ‘Catalonia in Venice – air/aria/aire’ estos gráficos van haciendo evidente los riesgos y la insostenibilidad de modos de vida que nuestras ciudades han naturalizado peligrosamente, poniendo en duda diversos modelos territoriales mientras se reclama nuestra atención sobre un problema fundamental, si queremos “sobrevivir” juntos.
Entre los pabellones nacionales distribuidos por la ciudad, merece la pena detenerse en propuestas como la de Portugal, comisariada por depA Architects, que muestra la problemática del habitar caracterizado por el conflicto; explica diversas situaciones a través del examen de datos y las fotografías de estos procesos, pero también por medio de varios debates organizados por convocatoria pública para ampliar las cuestiones abordadas en cada caso de estudio. Y también sorprende Lituania, cuya segunda participación nacional comisaría Jan Boelen, quien ha contado con el artista Julijonas Urbonas y su ‘Space Agency’ para crear una peculiar instalación sobre la posibilidad de colonizar otros planetas; en ella se hace partícipe al espectador a través del escaneado del mismo, que pasa a formar parte de la simulación de una arquitectura espacial.
Por otro lado, entre la numerosa oferta cultural de las fundaciones y museos de Venecia, cabe mencionar algunas relacionadas con el mundo de la arquitectura. En el Espace Vuitton, la muestra de Charlotte Perriand y Frank Gehry permite descubrir los espacios mínimos habitables que la arquitecta francesa diseñó en los años treinta; extraordinarios por su ligereza y su tendencia a esa estandarización tan apreciada por el Movimiento Moderno. Su diálogo con Gehry puede extrañar antes de visitar la exposición, sin embargo, se entiende cuando se contemplan los proyectos del norteamericano para crear unidades habitables y autosuficientes, gracias a un sistema de alimentación de energía. Si bien estas ideas no se realizaron, suponen el inicio de un camino sobre la separación conceptual de las funciones de la casa en estancias independientes, algo esencial para la experimentación de Gehry sobre alojamientos en los setenta y ochenta. En definitiva, una exposición comedida y delicada, en comparación con la grandiosidad de otras fundaciones, pero realizada con una investigación y gusto impecables.
Asimismo, destaca la creciente implicación de instituciones culturales dando medios y espacio a iniciativas de investigación de jóvenes arquitectos y de las distintas academias. Prueba de ello es la sede del YEA (Young European Architects), donde se exponen los proyectos finalistas de los 229 recibidos procedentes de 27 países distintos, que sirven para apreciar formas de trabajo muy diferentes y modos de comunicar los mismos también muy variados. Pretende convertirse en una plataforma intercultural para desarrollar en el futuro estrategias y sinergias con el mundo empresarial y académico. Habrá que seguir atentos a su desarrollo.
Y, sobre todo, hay que destacar la labor de V-A-C Zattere, que sigue confirmándose un año más como una fundación con programas de comisariado serios y con líneas de investigación de largo recorrido; en este caso, a cargo de Joseph Grima y Space Caviar, estudio que se caracteriza por actividades en campos entre el diseño, la tecnología, la política y la esfera pública. Así, frente al sistema de construcción dominante, que responde a las insaciables necesidades de nuestra sociedad con un modelo basado en la extracción de materia, en el omnipresente cemento y en la mano de obra de bajo coste, se pone a disposición todo el edificio para convertirlo en un laboratorio que pretende elaborar una ‘Non-Extractive-Architecture’. La exposición-manifiesto da prueba de un impulso para buscar una forma de proyectar que no implique la extinción de recursos, por tanto, que se centre en materiales y procesos que hagan que la arquitectura amplíe el concepto de sostenibilidad tal y como la entendemos hoy y, sobre todo, que sirva para animar a los futuros arquitectos a ser “guardianes del ambiente edificado”.
Para tal fin, han puesto en marcha un impresionante ‘network’ internacional de arquitectos, diseñadores, teóricos, científicos de materiales, filósofos e investigadores reunidos para llevar a cabo un proyecto que se dilatará a lo largo de un año para analizar el espectro completo de las actividades relacionadas con la “construcción”, examinando varias dimensiones: de los materiales usados a la demolición selectiva, pasando por tantos otros niveles vinculados a la planificación y la ejecución de las obras. Entre la cadena de actividades prevista, en los días de la vernissage contaron con protagonistas como Stefano Boeri; sin embargo, es una iniciativa que va más allá de los nombres, caracterizándose también por su carácter colectivo, que implica a un gran número de instituciones académicas y de investigación, con el deseo de convertirse en una plataforma que comparta sus conocimientos sobre los recursos con los que se realiza la arquitectura.
El primer resultado, además de la exposición, es la aparición de un primer volumen con el conocimiento elaborado hasta el momento: ‘On Designing without Depletion’, publicado por Sternberg Press, que incluye, además de los numerosos textos y datos que reflexionan sobre estos procesos, los “interludios visuales” de la fotógrafa y cineasta Armin Linke.
Precisamente Linke expuso en la Bienal de 2018 un proyecto que pasó desapercibido para muchos, pero que mostraba una investigación muy interesante, ‘Prospecting Ocean’, que este año enlaza simbólicamente con el programa ‘Ocean Space’, cuya tercera edición, tras el proyecto de Joan Jonas en 2019, abre de nuevo las puertas de la Iglesia de San Lorenzo. Como núcleo central, presenta ‘Oceans in Transformation’, un montaje que representa los resultados de la segunda fase de investigación gracias a la colaboración entre la TBA21-Academy y Territorial Agency. En la exposición, comisariada por Daniela Zyman, el océano aparece como un dispositivo estético, a través de la refinada visualización de infinidad de datos, que adquieren tal profundidad que permite interpretar la complejidad de los procesos que afectan a los océanos en pleno Antropoceno. De esta manera, la instalación es admirable por el volumen de información aportado, pero también por las narraciones e imágenes creadas para hacerlo visible.
‘Ocean Space’ cuenta también con otros dos escenarios: en primer lugar, una línea en la fachada de San Lorenzo que expone dramáticamente lo que podría ser el nivel del mar al final del siglo, lo que supondría la muerte de Venecia; y concluye con la instalación ‘The Soul Expanding Ocean #1’, de Taloi Havini, el primer episodio de un proyecto comisariado por Chus Martínez cuyo objetivo es comprender los océanos por medio de los sentidos. Para ello, Havini se sirve de una antigua técnica de composición basada en la llamada y la respuesta para realizar una pieza sonora conmovedora en el interior de este espacio “pacífico”. Este ciclo tendrá su continuación en septiembre con la ‘performance’ de Isabel Lewis, que presenta como argumento Venecia y el mar, sus mercaderes y esas rutas comerciales que hicieron de la Serenissima un puente entre Oriente y Occidente. En conjunto, ‘Ocean Space’ es un estimable programa público que busca dar a conocer la realidad de los océanos y defenderlos a través de las artes.
En resumen, esta Bienal tan anómala como esperanzadora atisba el Antropocalipsis no para añadir más angustia a un período ya de por sí delicado, sino con el fin de fundar iluminantes horizontes que eviten la catástrofe y que nos permitan vivir juntos, habitando un mundo cuya construcción depende de nosotros.