Por: Pedro Medina |
Anne Imhof es uno de los reclamos más llamativos dentro del mundo del arte actual. A ello ha colaborado el hecho de haber realizado en los últimos años numerosas exposiciones en centros internacionales como el PS1 del MoMA, la Tate Modern o el Palais de Tokyo, recibiendo el espaldarazo definitivo con el León de Oro en la Bienal de Venecia de 2017 por su impactante Pabellón de Alemania. De hecho, esta fama ha generado incluso un fenómeno fan, como fue evidente durante las performances del Castello di Rivoli (Turín) del último fin de semana de septiembre de 2021, en las que varios de los espectadores con estética dark se confundían de inicio con la “función” que ahí tenía lugar.
En primer lugar, se ha de señalar una circunstancia que condiciona la percepción de la pieza, organizada por turnos para evitar aglomeraciones. Desde 2011 Imhof lleva desarrollando “durational performances”, es decir, acciones corales que son un tour de force a lo largo de varias horas en las que los performers se hallan muy cerca del público. Esto implica distintas vivencias según el momento en el que se llegue, en este caso una diferencia significativa, si no se toma parte en el desfile final fuera del Castello di Rivoli.
De hecho, la experiencia de la performance es evidente que no reside en cada uno de sus elementos, sino en la interacción de los mismos y en su efecto de conjunto, incluidos las frecuentes piezas musicales, sus silencios, los llamativos elementos arquitectónicos y la sorprendente bienvenida en forma de cuadros famosos.
Iniciemos por ellos. Asombra ver nada más entrar obras de la Colección Cerruti de Giocchino Assereto y de José de Ribera (un San Lorenzo de este último que es desmontado para ser transportado en el acto final), que lucen en las paredes junto con importantes préstamos como el Sansón y Dalila de Artemisia Gentileschi y el célebre Narciso de Caravaggio. Y sorprende aún más que esa presencia tan llamativa prácticamente no sea usada por Imhof, reduciéndola en la práctica a un attrezzo de lujo.
Aun así, esta presencia, sobre todo la pieza de Caravaggio, marca simbólicamente lo que puede ser el narcisismo de una de las nuevas divas del arte. Además, son obras que contrastan con otras contemporáneas colgadas más adelante, en la que destacan retratos femeninos serigrafiados, principalmente de la propia Imhof.
Asimismo, el proyecto expositivo se establece en torno a la instalación de paneles de vidrio, que recorren la Manica Lunga del Castello como si de una gran columna vertebral se tratara, y que da lugar a que sea titulado como Untitled (Glass Wall). Son elementos que separan con frecuencia a los personajes, a pesar de su transparencia, creando una cadencia en el espacio, al mismo tiempo que determina dos pasillos en sus laterales, lo que concentra las acciones la zona intermedia. Ello construye una puesta en escena que debería favorecer la implicación del público, sin embargo, la mayor parte del tiempo sigue sintiéndose espectador frente a la función más que parte de ella, aunque se ha de reconocer que los límites no están definidos en ningún momento.
A partir de este marco, se desarrolla Sex, una performance en curso desde 2018, con significativos cambios según los contextos. En esta ocasión, comisariada por Carolyn Christov-Bakargiev y Marcella Beccaria, la estructura recién descrita es un rasgo diferenciador, aunque el peso de la acción siga siendo la fisicidad en escena, contando para la ocasión con varios performers habituales de otras ocasiones, como Mickey Mahar y Sacha Eusebe.
De hecho, el ambiente aún condicionado por la pandemia le otorga un ingrediente más para aumentar el impacto de la carnalidad del acontecimiento, que contrasta fuertemente con las continuas referencias a la comunicación digital, a la que colabora un público entregado a la caza del vídeo o la imagen idónea para redes sociales. De hecho, Imhof es muy consciente de ello, favoreciéndolo y representándolo también de forma explícita a través de sus personajes, en el interior de una escena donde predomina el gusto grunge frente a la estética metal de otras ocasiones.
Sin embargo, la atmósfera puede decepcionar a quien haya visto obras anteriores de Imhof, como el citado Pabellón de Alemania en la Bienal de Venecia, de una intensidad sobrecogedora. En este caso, su habitual nihilismo y su frecuente alienación no desaparecen, sin embargo, dejan paso a un ambiente más melancólico y menos terrible.
Es una obra coral, si bien en muchos momentos señala la centralidad de Imhof con sus movimientos, pero sobre todo gracias a sus canciones, en especial Dark Times –perteneciente al nuevo álbum Sex de Anne Imhof, Eliza Douglas y Billy Bultheel–. Esta canción es la que indica un giro que llevará a la transición más significativa: el desfile en los alrededores del Castello di Rivoli, cuya salida del espacio cubierto es acompañada por una pieza musical barroca, que hace coincidir con el paso frente a las impresionantes obras cedidas para la ocasión.
Y en el exterior del Castello, un panorama caracterizado por el exceso, donde el Ribera –aunque es muy probable que muchos de los presentes no se percataran de que iba dentro de la caja– es escoltado por una comitiva encabezada por Imhof y uno de sus acompañantes a caballo, y seguido por el resto de performers con una jauría de galgos. Este colofón es el que explota aún más el carácter experiencial e impredecible, cierta irreverencia pública y algún que otro elemento de riesgo no controlable, que en realidad permite con holgura el respaldo de instituciones y autoridades. Todo para llegar a un último acto donde impera la calma absoluta, para dejar una bucólica composición final entregada a la noche y al recuerdo. Seguro que dará lugar a otros encuentros.