Por: Alejandro Ratia |
Hallándonos como nos hallamos en el tiempo de la obsolescencia programada, sobre cualquiera de los objetos que adquirimos planea el concepto de la vida útil, cada vez más breve. Esa idea exige, necesariamente, otra, complementaria, la de una vida inútil, que será la que suceda a la anterior, habida cuenta de que las cosas tardan en morir o desaparecer, o en reencarnarse mediante el reciclaje, que es un proceso costoso para el que no parece que tengamos tiempo o medios. La inutilidad de la vida de los bienes de consumo los acerca a la consideración clásica de los objetos artísticos como cosas inútiles. Los diferenciaría, en apariencia, el hábito ocultar los unos en vertederos o descampados, frente a la voluntad de exponer los otros en galerías o museos, aunque suceda que el privilegio de la visibilidad conduzca a una obsolescencia acelerada del arte a la que pocas obras escaparán.
Esta cercanía entre la basura, lo obsoleto, lo abandonado y lo artístico conduce, a partir de algún momento del siglo XX, a su asimilación. Junk Art de los años sesenta o setenta, chatarras de Chamberlain, mesas sucias de Spoerri, pero también reivindicación de los no lugares y de lo cutre elevado a lo sublime por artistas como Smithson, quien, por ejemplo, se deleitaba en un hotel mexicano, el hotel Palenque, donde imperaban la desidia y el deterioro. El “motivo” de unas estancias abandonadas, sin tejado, le parece “very handsome”, cita textual.
Las últimas series de la pareja Almalé y Bondía caminan, con elegancia, por la frontera entre la estetización y la crítica. En su momento, la basura pudo poseer su mística, pero ahora, cuando nos parasita a nosotros mismos en forma de microplásticos, o cuando crea nuevas atlántidas en el mar, exige una mirada objetiva y lúcida como la suya.
Los zaragozanos Javier Almalé (1969) y Jesús Bondía (1952) abandonaron sus carreras individuales, y han trabajado en equipo desde inicios de este siglo. Han abordado el motivo de las fronteras, y del conflicto entre naturaleza y artificio, algo que les condujo al corazón de dos géneros históricos: el bodegón y el paisaje. La fotografía o el vídeo son testigos de una puesta en escena, unas herramientas barrocas. Da igual que se trate de una teatralidad construida por ellos mismos o impostada. El que incorporen, finalmente, esculturas físicas, tridimensionales, no responde sino a la lógica de su empleo de la fotografía como procedimiento escultórico.
Comisariada por Chus Tudelilla, quien conocen bien a estos artistas, su exposición “Terrenos baldíos” ha pasado por Valencia (Centro del Carmen) y Burgos (Caja Burgos) antes del llegar a Zaragoza (IAACC Pablo Serrano), y presenta dos series y sus ramificaciones: “Residuos” e “Historias de un lugar”. La primera de las series se ocupa de los objetos arrumbados, la segunda, pone el foco en un emplazamiento concreto, una urbanización frustrada, convertida en microcosmos basura.
El título (“Terrenos baldíos”) parece jugar con la traducción más conocida del poema de Eliot (“The waste land”). Ahora bien, “terreno”, en lugar de “tierra”, implica algo más prosaico, un espacio delimitado, destinado a un fin económico, pero rebajado a la condición de paria, a la ínfima utilidad de albergar lo inútil. Poner el foco sobre ellos no se convierte aquí en una frivolidad estética, sino en una cuestión ética, desde el momento en que se ofrece al escrutinio lo que no se quiere enseñar, lo que el poder mediático oculta.
No menos interesante es el subtítulo: “Comunicado urgente contra el despilfarro”. Se ha tomado en préstamo de un panfleto firmado en 1974 por la Comuna Antinacionalista Zamorana, escrito en realidad por Agustín García Calvo en su exilio parisino. En el catálogo, el texto de Chus Tudelilla inserta unas impagables citas de García Calvo, donde, de entrada, se distingue entre “consumo”, protagonizado por el sujeto, y “despilfarro”, sufrido por el objeto, y verdadera esencia de la sociedad mal llamada consumista, y despilfarradora en su esencia.
Punto fuerte de la exposición, a mi entender, el vídeo “Paisajes ocultos”, una doble proyección, donde el sonido vale tanto como la imagen. A la derecha, la cámara mira al suelo, y muestra el horizonte; a la izquierda, enfoca al cielo. Las cámaras no se mueven. A la derecha, van cayendo objetos de diversa índole, con salvaje despreocupación respecto al daño y al ruido que origina cada choque, formando un “tetris” donde se combinan azar y necesidad. El horizonte va ocultándose. A la izquierda, vemos caer los objetos, y sólo apreciamos, por ejemplo, fugazmente, un sillón, que se despide de su forma antes de estamparse. Al final, como si se tratase de una sinfonía de Mahler, queda el canto de los pájaros.
Con un aire algo metafísico, en una secuencia de imágenes fotográficas se ofrecen los desechos en montones, ordenados ahora por categorías: cartones, tubos de plástico, espumas de sofás, conductos de aire, etc. Un intento de categorización. Una taxonomía absurda y monumental que replica estructuras (túmulos) asociadas a lo sagrado y a los ritos funerarios ancestrales. Si estas obras replantean la idea del paisaje presidido por las ruinas, hay otras obras, en un formato menor, que replantean el bodegón holandés. Es el interesantísimo conjunto titulado “Objetos-mundo”, fotografías de fondo oscuro, dedicadas a pequeños montones de envases, restos de cerámica, etc. El título viene de Roland Barthes, de un ensayo, precisamente, sobre ciertos pintores holandeses, donde señala su dedicación a “la cualidad más superficial de la materia: el brillo”. El mismo brillo que permite individualizar en la oscuridad estos objetos de Almalé y Bondía.
La idea de la basura en el paisaje se contrapone con la del paisaje-basura, el generado al abortarse una operación inmobiliaria, que no llega a crear unas ruinas, sino un conjunto de operaciones inútiles y frustradas, dañando inútilmente un paraje estepario. No es un espectáculo que invite a la melancolía. Como dice Marta Llorente, en otro de los textos del catálogo, se ha fosilizado un espectro: “le han dado una oportunidad en el campo del arte”. Creo que es interesante la exploración, casi exhaustiva, del terreno acotado, tanto desde el aire, como a ras de suelo, recogiendo los restos del disparate, cual arqueólogos, o buscando la confrontación entre las geometrías de lo arquitectónico y lo natural, buscando también, en una vídeo-instalación, analizar el tiempo como observador paciente de la estupidez humana.
Comisariado: Chus Tudelilla
Hasta: 16 de octubre de 2022